Durante la semana que termina y por una invitación de la parroquia de San Bartolomé, tuve la oportunidad de reencontrarme con una herramienta que los creyentes tenemos, llamada la oración.
Durante siete días, he caminado junto a otros hermanos de fe, alrededor de las Murallas de Jericó (nombre que recibe la actividad) para clamar de rodillas por la paz de Tuluá, por las familias, para derribar males como la drogadicción, la brujería y otras tantas dificultades que nuestra calidad de humanos nos lleva a experimentar en esa búsqueda de respuestas a las necesidades económicas o de afecto familiar.
Lo más bonito de esta experiencia de fe vivida, a partir de la conducción pastoral del padre César Arley Valencia y del joven presbítero tulueño, Juan Pablo Valencia, es comprobar que a mis 51 años vividos con intensidad ya no hay vestigios de dolor por las dificultades propias de la niñez y la juventud, lo que significa que no hay heridas sangrantes que me impidan ser feliz en el hoy.
Obviamente me ha permitido identificar el caminar en torno a las murallas, los errores cometidos en mi relación matrimonial, en la crianza de mis hijos, en mi interrelación con el núcleo familiar primario e incluso con los amigos cercanos. Errores que espero subsanar antes que el gran día de tener que abrir el libro de mi existencia llegue.
En síntesis, esta columna muy personal, pero que quise compartir con vosotros busca invitarlos desde su fe a orar por los suyos, por usted y ante todo por TULUÁ para que Dios en su inmensa generosidad nos saque de la oscuridad en la que nos quieren obligar a caminar los que tienen el mal como estandarte y le invito a hacer suyo este estribillo de Roca Eterna que dice: “Mi libertador, escudo protección, mi ciudad está segura Si la cuidas, Tú, Señor”.