La cancelación de las prebendas que durante décadas gozaron los integrantes de esa barra fueron canceladas de tajo por las directivas verdolagas.
Esto generó la rabia e indignación de estos barristas que ‘tomaron medidas’ y generaron desórdenes y trifulcas contra la fuerza pública dentro del estadio Atanasio Girardot minutos antes del compromiso entre los paisas y el América de Cali.
Es tal el alboroto y las repercusiones de ese hecho que ya tomó ribetes políticos. Se han conocido una serie de contratos que la administración municipal en la capital antioqueña habría suscrito con algunos integrantes de esa barra.
Todo lo que se ha destapado y, tal vez, lo que aún falta, no es nuevo en Colombia y en muchos otros países.
Los propietarios o directivos de los clubes de fútbol por años han acolitado y patrocinado los caprichos de no pocas barras, que se convierten en una especie de mecanismo de presión contra otros dirigentes del mismo club, apoyando o rechazando decisiones.
¿Hasta cuándo van a seguir algunos directivos entregando este tipo de favores a las barras?, sería “la pregunta del millón”, o vamos a seguir rasgándonos las vestiduras por ello y botando corriente sobre ese tema.
Sería pertinente si las políticas o los manejos del balompié profesional fueran diáfanos o fueran recursos públicos, pero ellos, los directivos del fútbol, hasta la saciedad nos recalcan y hasta lo restriegan, que el de ellos “es un negocio privado”. Eso sí, cuando les conviene.
Porque cuando hay problemas, entonces empiezan a escurrir el bulto y si no lo hacen, entonces dicen que las administraciones municipales son las responsables del orden público, que la Policía es escasa, bueno, en fin.
Entonces en qué quedamos, ¿negocio público o privado?