Ambos son protagonistas de una historia que habla bien del civismo y el sentido de pertenencia, términos venidos a menos en los últimos años en la sociedad agitada por la modernidad.
El escritor Wallens, junto a otro puñado de bugalagrandeños, se echó al hombro la titánica tarea de poner en marcha las manecillas del reloj que por espacio de 65 años ha permanecido izado en la parte más alta de la torre y que se paralizó, pues sus piezas parecieron cansarse y el desgaste le pasó factura.
Por su parte Juan Carlos Llano Sendoya, conocido como el “Cardiólogo del Tiempo”, aceptó el reto propuesto desde la Tierra del Ébano y se dio a la tarea de darle vida a un aparato traído a la población por las directivas de Cicolac en el año 1955 y que según consta en la factura de compra tuvo un costo de 2.035 dólares, algo más de cinco mil pesos colombianos.
Cifra: 27 millones de pesos aportados por los bugalagrandeños fue la inversión final en la restauración del reloj.
Llano Sendoya, quien aprendió el arte de la relojería de su abuelo, a quien acompañaba en estas tareas en Caloto Cauca, hizo el diagnóstico del aparato y le trazó a los integrantes del comité, creado para su restauración, una ruta de trabajo que se cumplió a plenitud y hoy con orgullo le entregan a los habitantes un reloj andando y sonando.
Son reliquias
Llano Sendoya, quien ha reparado más de 20 relojes similares al de Bugalagrande en varios sitios del país, considera que estos artefactos son auténticas reliquias que los municipios no deberían dejar acabar y valora que la ciudadanía de Bugalagrande se haya unido en este propósito de recuperar el de San Bernabé, un reloj de características especiales que conserva cada una de la piezas originales.
“Yo restauré el reloj de Caloto hace más de 20 años y sigue funcionando con normalidad y es la garantía que les doy, pues si se hace un manejo adecuado y un mantenimiento cada cinco años tendrán reloj para rato”, dice el técnico que tiene su taller en Cali.
En la actualidad un esfuerzo similar se hace en el municipio de Bolívar, donde la comunidad está trabajando en la restauración del dispositivo.
“Esto es algo dispendioso, pero vale la pena hacer el trabajo porque son bienes patrimoniales que surgieron de la cooperación y el trabajo ciudadano”, comenta.