¿Eso qué es? suele ser la pregunta que los niños lanzan cuando pasan a la altura de la Uceva o el cementerio de los Olivos y observan un viejo aparato sobre un pedestal y entre la arboleda de la zona verde.
También, seguramente, son pocos los papás que saben qué responder, pues es uno de los tantos monumentos o esculturas que hay en Tuluá carentes de información.
Ese aparato metálico, al que hoy el óxido le pasa factura, es la aplanadora de Jeremías y su historia se remonta a Tuluá de mediados del siglo XX cuando las calles estaban sin pavimento y la alcaldía, a través de obras públicas, raspaba las calles con la motoniveladora, la cargaban con balasto y luego entraba en acción Jeremías con su aplanadora para compactar el material, afirmándola para que los vehículos transitaran con facilidad.
Los relatos que existen sobre la existencia de la vieja máquina habla de que verla llegar a los barrios era un espectáculo para los niños de la época y hay quienes cuentan que era un vehículo que se alimentaba con agua y usaba el carbón de piedra como combustible, elementos que debían ser proporcionados regularmente para evitar que se apagara, pues luego moverla o remolcarla era una odisea.
Las características
De acuerdo con la información que existe, esta reliquia es una aplanadora marca Philadelphia tipo Buffalo-Springfield, operada a vapor, y que contaba con un gran escarificador o rastrillo en la parte posterior que servía para arrastrar el material pedregoso que no alcanzaba a ser aplanado.
De acuerdo con la historia, este tipo de vehículos fueron creados en 1875 por la firma Buffalo-Springfield Roller Company, constituyéndose con el tiempo en una de las empresas más importantes de Estados Unidos.
De acuerdo con algunos textos publicitarios de la época, la empresa fabricó una línea especial de maquinaria de construcción y trabajo de carreteras y rodillos de carretera, y durante la guerra mundial, la empresa proporcionó rodillos para trabajos de construcción de carreteras en Francia y también para acantonamientos, campos de aviación, fortalezas, arsenales y otras tareas domésticas.
La aplanadora fue rescatada mucho tiempo después, hacia los años 80, de algún sitio donde quedó arrumada tras la muerte de Jeremías y la llegada de nuevos aparatos para nivelar las calles.
Esta tarea le correspondió a Marcos Fernández, quien la restauró y pintó en su empresa Talleres El Cóndor, y la puso a disposición de Fenalco, durante la presidencia de José W. Espejo, entidad que reunió a varios dirigentes gremiales y fue instalada en el sitio donde hoy le da la bienvenida a los tulueños que llegan al Corazón del Valle desde el sur.