Quienes nacimos en pleno fragor de la violencia partidista y hemos vivido y gobernado y escrito novelas en una región en donde la muerte es herramienta de vida, tal vez consideremos la matazón miserable que desde el 7 de octubre estamos contemplando a diario en las pantallas de tv que se realiza en Gaza, como si fuera la demostración de la vieja teoría de que la venganza lleva al ser humano a extremos indecibles.
Pero cuando uno hace el balance y ve que la masacre de 1.200 israelíes en los kibutz de las fronteras de la ciudad sitiada despertaron una sed de venganza, pregonada por el primer ministro judío y sus esbirros, que no parece parar y que ya llega a decenas de miles de muertos, de los que por lo menos 6.000 son niños indefensos, no queda más remedio que pensar si el mundo es capaz de tolerar y seguir patrocinando esa sed de venganza.
El pueblo judío fue masacrado miserablemente hace 80 años por las hordas hitlerianas permitidas por los dizque civilizados estados europeos y finalmente por todo el mundo occidental que guardó silencio.
Pero que en pleno siglo de los algoritmos y del telescopio Webb y cuando el mundo se asoma a la Inteligencia Artificial se acribillen miles y miles de civiles en venganza y bajo la disculpa de que quien inició la batalla fue un grupo terrorista que secuestró un centenar de judíos, comienza a ser tan mal vista y tan catas-tróficamente juzgada como la matasiña de los nazis de Hitler.
Aquí no se ha luchado contra un ejército de terroristas. Se ha bombardeado, destruido y acribillado a más de 20 mil civiles buscando que entre ellos estén los terroristas que mataron a 1.200 judíos.
En Gaza las tropas vengadoras de Nethanyau no han buscado los rehenes que no se canjearon. Han matado a miles de palestinos y quizás a muchos de los rehenes. Es la estupidez elevada a la dignidad de masacre permitida por unos gringos que le temen a la plata de los judíos en Wall Street. Es ver matar y guardar silencio.