Esta semana el país entero se estremeció ante la confesión fría y calculada de Jhonier Leal al aceptar que asesinó a su señora madre Marleny Hernández y a su hermano Mauricio, después que la Fiscalía Nacional le imputara cargos de homicidio y por supuesto luego de una minuciosa y eficaz investigación del hecho lamentable desde todo punto de vista que tiene sobrecogidos a todos los que conocieron al ya famoso estilista y su inmensa fortuna, materia de averiguaciones exhaustivas por parte de las autoridades competentes.
Más allá de los próximos nuevos resultados que podrían arrojar los estudios y análisis de jueces, criminólogos, juristas, médicos, sicólogos y siquiatras, miramos con profunda preocupación hasta dónde puede llegar el ser humano cuando solo tiene en cuenta el deseo de la apariencia, la ambición de la riqueza, el posicionamiento social y la fama, que le hace perder totalmente el valor de la vida, el respeto, dejando de lado el afecto y el cariño que alguna vez le profesaron sus seres queridos.
Es un punto de profunda reflexión para la sociedad colombiana, que de años atrás se encuentra alienada en sofismas de distracción aparentes, a través de los principales medios de comunicación social, que venden a diario un falso proyecto de vida basado en el éxito a toda costa, el afán del dinero rápido, el ser reconocido en un medio determinado, el acceso a los máximos bienes de consumo, la aparente felicidad sustentada en los lujosos bienes inmuebles y la ropa de marca y autos lujosos, entre otras múltiples manifestaciones de opulencia en general.
No puede una sociedad continuar ofreciendo esa imagen falsa que tarde o temprano despierta lo más recóndito que anida en el alma humana, la envidia malsana que conduce a destruir al otro, a aquel que me supera de alguna manera, ese deseo íntimo de ser reconocido y con una altísima autoestima que no soporta el éxito ajeno.
Es todavía temprano para analizar, desde el punto de vista sicológico y siquiátrico, al personaje que ha dado origen a este editorial, pero es prioritario que volvamos a recuperar los valores perdidos, especialmente el del respeto a la vida, que en nuestro medio está por el suelo. Solamente miremos alrededor, regresa el terrorismo con los carros bomba que tanta sangre derramó impunemente el pueblo colombiano, las muertes de cientos de líderes y lideresas después del acuerdo de paz, los feminicidios disparados en tiempos de cuarentena, la violencia intrafamiliar en este mismo período, en otras palabras, como cuando se dice coloquialmente “hemos perdido el año”.
Urge una nueva visión de la convivencia, es necesario educar para el respeto a los derechos humanos, para la paz y no para la guerra, se debe revaluar esa frasecita muy popular de “salir adelante como sea” porque el pueblo se está matando por lograr el éxito, y lo peor es que no todos pueden lograrlo en una sociedad desigual y desequilibrada social y económicamente, de donde surge definitivamente la violencia.
Rescatar radicalmente el valor de la familia y sus valores, que es la célula fundamental de toda sociedad, es una tarea titánica y prioritaria, en medio de un mundo globalizado, secularizado y anarquizado, en donde nadie obedece ni quiere respetar la ley ni los gobiernos que rigen el destino de los pueblos.