Quienes por YouTube nos asomamos repetidas veces a los desfiles de samba del Carnaval de Rio nos topamos este año con una sorpresa: resultó evidentemente pacato. No hubo los veringos a los que estábamos acostumbrados. Ni con mujeres ni con hombres.
Eran desfiles de centenares de integrantes de comparsas multicolores, vestidos de pies a cabeza. En muy pocos casos aparecía un desnudo femenino perturbador o uno masculino de pectorales de gimnasio. Le escribí a un viejo amigo brasilero que no por viejo ha dejado de ser agudo y prefirió llamarme para entre carcajada y carcajada admitirme que en su país se despertó, después que acabó la ultraderecha conservadora de Bolsonaro, un verdadero recato como nunca antes se había visto en la abierta sociedad carioca, tan alegre como desprevenida y tan frenética cultora del desnudo por décadas.
La explicación del fenómeno variaría si se mira desde Kansas City o desde La Habana. Mientras en los Estados Unidos, y de manera contagiosa en muchos países europeos, ha primado el espíritu condenatorio del me too y ahora es un delito penal tocarle el culo a una dama o ejercer de tradicional conquistador español de la pareja con quien se vaya a dormir, en los países de ideología izquierdista de partido político el machismo supera los límites, llámese Rusia o Cuba.
En otras palabras los zurdos, que enarbolan desde la caída del muro de Berlín las banderas del feminismo, el lenguaje inclusivo y el ambientalismo pareciera que van ganando.
Las libertades sexuales, el exhibicionismo, pero en especial la amplitud de criterios ha hecho reverdecer un espíritu medioeval y las prendas de vestir son trapos que se amontonan sobre la humanidad de la juventud y en tallas siempre mucho mayores de las que deberían usarse con los cánones de la moda anterior. ¿Estaremos frente a un moralismo ridículo y a pocos pasos de la revolución de derechas que pretendían los traquetos nuestros?.