Así define Perotá Chingó a la gente que va por el mundo conmoviéndose con todo, sabiendo su lugar exacto en el universo, quienes practican la humildad.
Esta semana estuve pensando en mis seres extraños, esos que me expandieron, e hicieron de mi vida algo mucho mejor, es un recuento de escenas, rostros, sensaciones, dulzura y luz.
Por ejemplo: El Aka, del colectivo Agro Arte, invitándome a la casa de una familia que acababa de perder a una mujer y sus dos hijos a manos de su expareja, para acompañarlos, conversar con ellos, escucharlos, en el marco de una campaña contra el homicidio que él lideraba en Medellín; ese era un momento de la vida donde yo estaba transitando también un duelo, y estar ahí, presenciar cómo les ayudaba a resignificar ese dolor tan grande llevándolos a pensar en los motivos que tenían para seguir viviendo, me enseñó que el duelo compartido es una de las resistencias no violentas y cargadas de dignidad más valiosas para ejercer.
Anduve por esos lugares de mi memoria gracias a que estuve en el laboratorio narrativo con niños, niñas y adolescentes, del VI Festival de Cuento y Literatura Infantil; quedé fascinada con los aportes de cada participante, su capacidad para construir conocimiento colectivo, la poca necesidad que tienen de ser halagados…solo buscan contar su historia, su capacidad para crear universos, así como ver con nuevos ojos la cotidianidad.
Confieso que ese encuentro humano me regresó la fe en la Tuluá del presente futuro.
Días después, una de mis estudiantes, de 7 años, me preguntó antes de irse: “profe, ¿tienes que ir a aprenderle a otros niños?” Es vital que Tuluá voltee a ver a estos seres extraños, desviar la mirada de los bárbaros y los anhelantes de atención, para comenzar a construir con esta generación que carece de espacios culturales y educativos que potencien sus capacidades narrativas.
Tuluá debe seguir el consejo-pregunta de mi estudiante: aprenderle a los niños, niñas y adolescentes.