El Flaco Moreno era una chico travieso, inteligente, arrevesado con los suyos y con la sociedad en donde vivió las cuatro quintas partes de su vida lujuriosa. Tanto desboque le pasó factura a los 51 años y desde hace 6 semanas espera que le llegue la muerte, ya sea porque lo desconecten o porque la burocracia hospitalaria y el leguleyismo colombiano permitan su eutanasia.
Por razones de la vida que llevó, se fue quedando solo con su genialidad a cuestas. Su madre sobrevive en un hospicio para ancianos perdidos en las brumas del olvido en Madrid. Su hija se fue del terruño hace mucho tiempo y engrosó la diáspora colombiana.
El día que le dio el infarto y el derrame cerebral en medio de una de sus fenomenales parrandas, una mano caritativa lo llevó al Hospital Universitario del Valle en Cali. Allá está en una UCI con traqueostomía, gastrostomía, cuadriparapésico, anoréxico y con diagnóstico irreversible.
Su única hermana ha llegado de España para personalmente solicitar que lo desconecten pero le han exigido un juicio de eutanasia, que puede demorar meses y ella debe volver a su trabajo como paramédica en una UCI madrileña y a seguir velando por su anciana madre despistada. Nadie, entonces, responde por el Flaco Moreno, el vegetal que mantienen con vida.
Ni mucho menos que exista alguien que se haga cargo de él cuando el Hospital o la EPS consideren que ya no lo pueden tener más en la UCI. Morir en este país, donde matan tanta gente diariamente, se ha vuelto muy difícil para quienes no puedan saltar la ley.
Quizás el Flaco Moreno, en su inconciencia lo esté intuyendo y hasta podrá estar gozando del último concierto que se ha ingeniado para que los que lo sufrieron o lo soportaron, lo odiaron o lo alcanzaron a compadecer se den cuenta que el absurdo es la vida, no la muerte.