Las revelaciones que hizo anoche la revista Semana de un testigo oculto, y sin mucha prueba fehaciente, acusando al presidente Petro de ser el eje central de los dólares que se le perdieron a la secretaria elevada a Jefe de Gabinete, podría ser un bochinche de feria alrededor de un muerto que no puede hablar, o el espolón de una granada que al estallar le demuestre al país que muy cerca del presidente Petro ha rondado una camarilla de bajos estilos y con inexperiencia en el manejo del mundo de las coimas.
El hecho de que todas las aristas de ese atragantado novelón convergen en el Coronel Feria, jefe inmediato del suicidado teniente coronel Dávila, pueden conllevar al descubrimiento de un chivo expiatorio que exonere al presidente y hunda hasta el cogote a la antigua jefe de gabinete.
Pero, también, puede generar una sospecha sobre el primer mandatario porque es su entorno inmediato, con el coronel Feria y la propia Laura a la cabeza, el que anda metido en el enredado bulto de anzuelos.
Acusar al presidente de la república de ser el dueño de la plata que se perdió sin indicar detalles de su procedencia ni prueba vertical alguna, es un riesgo absurdo. Sin embargo la magnitud y naturaleza del episodio narrado y la presencia en él del abogado Del Rio, tan cercano al entorno petrista, así resultare imposible de comprobar, aporrea feamente la imagen presidencial, agrava la crisis en que ha caído en las últimas semanas y abre las puertas de un período tambaleante en donde el único seguro que le queda al presidente Petro es el tener de vicepresidente a Francia Márquez, a quien hasta su gran promotor, el inefable Hildebrando, parece tenerle miedo ejerciendo como primera magistrada.
Podría ser tan grave todo esto como si el mismísmo demonio se hubiese metido en la Capilla Sixtina a elegir nuevo papa. Ojalá la prudencia y la sensatez del primer mandatario y no sus posiciones radicales logren sacarle del atolladero donde ha quedado metido y en el que hasta puede ahogarse.