No sé cuántas verdades de puño o ilusiones imposibles podrán terminar de aprobarse hoy en la COP de Cali.
Nadie ha percibido la lucha intramuros entre los defensores de la biodiversidad, abanderados por la izquierda universal y las pataléticas acciones bajo la mesa de los defensores oligarcas de los trasgénicos.
Poco o nada importa para medir el mayúsculo resultado que Cali, con su alcalde Eder a la cabeza, ha obtenido.
Como por arte de magia, Cali pudo asimilar el evento mundial de sabios biodiversos para reencontrarse consigo misma, para volver a ser la esplendorosa ciudad que alentaban por los micrófonos Pardo Llada o el padre Hurtado Gálviz.
Es finalmente glorioso para el alcalde y la gobernadora y para los miles de caleños y vallecaucanos que pusieron su gota de sudor y de esperanza en la alegría, haber sido capaces de volver una fiesta repleta de eventos y espectáculos lo que todo el mundo estaba mirando, y a cada uno de todo ese acumulado de espectáculos y foros, de ilusiones y de logros novedosos , impregnarlos de la gracia infinita que hizo del Cali del ayer la ciudad descomunalmente alegre que no podíamos olvidar.
Pero ante todo es inmarcesible, como lo dice nuestro himno patrio, que Cali haya sido capaz de botar lejos el desgreño que la invadió después del estallido social y que con orgullo le muestre a propios y extraños que tiene nuevas y contundentes obras macros como el Bulevar de Oriente, en pleno corazón del condenado Distrito de Aguablanca, el de la Avenida del Rio, el de Cristo Rey y el Centro Monumento de Ciencia en el antiguo Club San Fernando y, muy especialmente, que pese a las circunstancias de aplauso que hoy merecen Eder y su gentes, reconozcan aunque sea en silencio que todas esas obras las dejó establecidas el alcalde Ospina, el más criticado y controvertido de los burgoamestres que ha tenido la capital del Valle. ¡Oh Gloria Inmarcesible!