Por estos días que está haciendo tanto calor, cuando los cielos son azules y sin nubes hasta en los valles interandinos que nos recorren de sur a norte. En un tiempo de verano como el que soportamos, en parte alguna se oye, se ve o se lee sobre el nivel de las represas que mueven las hidroeléctricas en su gran mayoría, así sea para asustarnos con el racionamiento.
Probablemente porque la tónica del gobierno leninista es el de ocultarnos la dura realidad, preferimos hablar del cambio climático, de la conversión energética y hasta del deshielo de Groenlandia, antes que del caudal cada vez más mermado de nuestros ríos y, mucho menos, de la cantidad de gas que tenemos para mover las termoeléctricas que alcanzaron a instalarse antes de que se prohibiera la exploración y explotación del gas. La posibilidad de importar el gas de Venezuela a través del gasoducto de la Guajira, que poco o nada se usó para ese menester, es tan igual a la de importar energía eléctrica del Ecuador cuando ella comience a faltar, como lo acaba de advertir el regulador XM.
Pero eso nos pasa porque después del chasco de Hidro Ituango, nadie volvió a hablar de nuevas hidroeléctricas y como abrir explotaciones de gas para montar termos en boca de pozo, se tornó en imposible por la decisión redentora de Petro de darle ejemplo al mundo de cómo vivir sin gastar combustibles fósiles, las opciones de nuevas fuentes de energía eléctrica se desperdician en un país en donde el agua de los cielos se podría guardar para volverla fuente de energía y vida. Y, en donde obviamente, el subsuelo podría horadarse para redimirnos. Nadie volvió a hablar de las hidroeléctricas de Garrapatas o del Atrato.
Nadie volvió a proponer que se montara la termo eléctrica en Ciénaga de Oro, para que al pie de los pozos gasíferos se volviera más rentable producir energía. Nadie quiere afrontar el futuro, ni siquiera ahora que es tan fácil con la Inteligencia Artificial.