Mi país, Colombia, es definitivamente hermoso; sus paisajes, la variedad de platos, las enormes montañas, la música, el espíritu querendón de su gente y muchas fortalezas más.
Pero hay algo de lo que adolecemos y, aunque ya lo sabía, lo viví muy de cerca hace poco cuando tuve la oportunidad de visitar Ciudad de México y varios pueblos vecinos.
Sí, me fui a “puebliar” a México y allí no solo hice la parada obligatoria donde la Morenita, la Guadalupeña, sino que, con la compañía de varios seres queridos y la orientación de Iván Galván, un mexicano de racamandaca que con la mejor actitud nos llevó, en un recorrido por tierra de cerca de 1.400 kilómetros, por las hermosas ciudades de Morelia, Pátzcuaro, Guadalajara, Tequila, Tlaquepaque, Guanajuato, San Miguel de Allende y Querétaro.
¿Qué les puedo decir de este extenso, agotador pero enriquecedor paseo? Indiscutiblemente me impresionó; me llamó demasiado la atención su arquitectura, su historia, su fervor por la iglesia, sus artesanías, su limpieza, pero ante todo lo que percibí con mucha fuerza fue el orgullo que sienten los mexicanos por su historia y sus raíces.
Sí, y es que a pesar de las dificultades de seguridad que ahora tienen por la presencia de carteles del narcotráfico, las masacres, la corrupción, Ciudad de México, que tiene una población cercana a los 8 millones de habitantes, es limpia, no se ve la cantidad de indigentes en las calles, hay grandes congestiones de vehículos, pero no pitan. Encontré mexicanos muy amables, que conocen su historia, sus orígenes y hablan bellezas de su tierra.
Durante el recorrido, mientras escuchaba atentamente a nuestro querido guía Iván, me pregunté muchas veces porqué nosotros, con tantas riquezas, no podíamos ofrecer lo mismo, proyectar igual a ellos. Sin duda, nos faltan buenos líderes, pero sobre todo pellizcarnos a nosotros mismos, para ver si así despertamos y actuamos diferente.
Quiero dedicar esta columna a Iván, quien con esmero, profe-sionalismo y amor por su trabajo nos soportó las 24 horas, durante 10 días, y nos compartió con tanto orgullo su cultura, su amplio conocimiento sobre los mayas, los aztecas, los conquistadores y la política actual, pero sobre todo por su paciencia y hermosa actitud con los setentones del paseo.