Uno nunca se entera de las historias que se generan en los aeropuertos, pero las hay por montones y, la mayoría, estresantes y dramáticas. Les voy a contar una que viví, junto a mi familia, en carne propia.
Desde el año anterior programamos, con lujo de detalles, unas vacaciones para los días de Semana Santa, precisamente porque son los únicos que permiten a toda la familia viajar junta, por aquello de las obligaciones educativas y laborales. Fue así como compramos, antes de terminar el 2021, los pasajes a una aerolínea que pensamos era la más indicada, pero que resultó ser la peor: SPIRIT.
El viaje iniciaría a las 2 de la tarde del sábado, antes del Domingo de Ramos, y con mucha ilusión, planes y todo pago, incluidos hotel, transporte y varias actividades, llegamos al aeropuerto de Cali desde las horas de la mañana. Tres horas después, nos enteramos que el vuelo a nuestro destino había sido cancelado y, minutos más tarde, que el del día anterior, para la misma ciudad, también había sido suspendido. La pesadilla apenas empezaba.
Lo primero en que pensamos (qué ilusos) es que la aerolínea iba a solucionar el inconveniente con el envío de otro avión, así fuera horas más tarde, pero no, lo que hicieron los funcionarios fue mandar a todo el mundo a dormir a un hotel, y sin hora ni día de vuelo. Nosotros, y otras ocho personas, dijimos: “No, nos quedamos”.
La labor del grupo persistente fue, desde ese momento, pedir que nos asignaran otro vuelo, para poder llegar a nuestro destino el domingo, porque de no ser así, perderíamos programas que ya estaban pagos y cuyos responsables nos habían advertido que no retornarían el dinero por cancelación de vuelos. En resumen, entre muchas gestiones, llamadas telefónicas y disgustos, solo a las 2 de la mañana, en el caso nuestro, dieron un parte de tranquilidad.
“Partiremos el grupo familiar (éramos 13) y mandaremos a unos por Bogotá y a otros por Medellín, desde esas ciudades los mandarán luego a su destino final. Es lo que podemos hacer por ustedes”. Cansados, pero un poco más confiados, nos acostamos, encalambrados por el frío de la madrugada, en las sillas y en el piso del aeropuerto, a dormir unas pocas horas, mientras salían nuestros vuelos.
Felices, pensando que estábamos más cerca de nuestro viaje soñado, entre las 7 y 8 de la mañana, llegamos a las ciudades que nos enviaron y cuando nos acercamos a chequearnos para el próximo vuelo, ¡oh sorpresa!, sin ninguna vergüenza, nos informaron que no podíamos viajar porque los vuelos estaban sobrevendidos y que nadie les había consultado esa decisión. Mejor dicho, como se dice vulgarmente, nos estaban peloteando.
Como para rematar, no había cupo en ninguna otra aerolínea. No valió ninguna explicación, ni nuestro argumento que perderíamos el dinero invertido sino llegábamos a nuestro plan ese domingo.
En fin, me falta espacio para contarles todo lo que vivimos hasta las cuatro de la tarde de ese domingo, cuando después de ser irrespetados, gritados, burlados, decidieron enviarnos por dos aviones distintos y con diferentes escalas, a nuestro destino final.
No olvido las caras de angustia e impotencia de mis familiares cuando las empleadas de SPIRIT lanzaron toda clase de comentarios porque exigíamos nuestros derechos. Según ellas, nos hicieron un favor cuando dieron solución a su misma desorganización.
A pesar de todo, nuestra historia tuvo final feliz, logramos llegar y disfrutamos como lo planeamos. No igual le pasó a una mujer que, con su pequeña hija de 6 años, se reencontraría con su esposo tripulante de una naviera, que saldría de un puerto ese domingo a las dos de la tarde, durante una semana (la que disfrutaría con ellas) y luego partiría para Europa hasta el mes de septiembre.
Nadie les dio respuesta. Imposible olvidar sus lágrimas y caras de frustración, cuando salieron del aeropuerto, con maletas en mano, de regreso a casa. Todo, gracias a SPIRIT.