De niño, las visitas a Tuluá eran obligadas ya que mi padre gustaba de viajar a su tierra, y por lo menos dos veces al año tomábamos el tren en la Estación de la Sabana para transbordar en Ibagué en los Taxis Verdes y proseguir en Armenia el viaje, hasta la estación ferroviaria de Tuluá, donde alguien de la familia nos recogía para depositarnos donde los anfitriones de turno.
En estas oportunidades mi madre visitaba tanto a mi abuelo, como a algunas tías o tíos, por ser amiga de las conyuges de algunos de ellos. Era lo que sucedía con Lilia Bejarano, esposa de mi tío Rene, que vivía con su familia al frente del parque Infantil por la carrera 27, y, esa circunstancia me daba oportunidad de regodearme en dicho espacio y aprovechar los domingos las presentaciones de la Compañía Radio Teatral La Esperanza, que era la razón social del grupo de cómicos que lideraba Lino Mora y donde la primera actriz era su hija Linda Elvira.
Años después, y trabajando como juez civil de Tuluá, traté a Lino y a su hija en la Biblioteca Pública Municipal, cuando su directora era Amanda Tascón, y el maestro Mora Escobar ejercía como uno de sus más fervientes enamorados.
Allí tuve oportunidad de tener largas conversaciones con Lino, quien afirmaba que, si los cristianos cumplieran a cabalidad el segundo mandamiento, reinarían la paz y la equidad sobre la tierra. Lo que es absolutamente cierto.
A finales de los 80 Lino muere y me convierto en confidente de Linda Elvira que me visitaba regularmente hasta antes de pandemia para contarme sus cuitas y regalarme cada diciembre una bolsa llena de chocolatinas, dulces, frutas varias y uno que otro paquete de galguerías, con la advertencia que tenía que tener mucho cuidado con el azúcar.
Pero la mejor historia con ella, sucedió cuando inauguramos en la Uceva el Festival de Teatro Lino Mora, hace 16 años, y ella, toda de fucsia vestida, abrió el evento y nos puso a lagrimear a todos.