Hace 50 años, más o menos, se ensayaba cual laboratorio en Chile, inmediatamente después del golpe de estado agenciado por la CIA norteamericana y ejecutado por los militares chilenos, el modelo económico que instauró el norte global y que se consolidó principalmente en los países del sur global, los llamados subdesarrollados.
Latinoamérica, después del ensayo chileno, siguió juiciosamente el libreto elaborado por los “Chicago Boys” de la universidad de esa ciudad gringa, en el que el Estado se tiene que ir apartando de la prestación de los servicios públicos y de la garantización de los derechos fundamentales para entregarle esta función a los grandes capitales privados. En las naciones menos dóciles militarizaron los gobiernos, y en otros como en Colombia las elites tranzaron la llegada del neoliberalismo.
Justamente en Chile acaba de ganar la presidencia de la república Gabriel Boric, cuyo eje de programa es ir dando al traste con el neoliberalismo que agigantó las brechas de desigualdad en nuestras sociedades, pero no ubicándose en el socialismo (como mucho despistado de la derecha pregona aún) sino en los planteamientos de la escuela de la Cepal que se centra en la sustitución de las importaciones por la industrialización nacional, es decir, por un regreso del estado pero en el marco del libre mercado, al estilo nórdico que es donde están los países que ofrecen mejor calidad de vida.
Ayer fueron Perú y Honduras, hoy Chile, y mañana Brasil con Lula y Colombia con Petro los que darán el paso para enterrar el neoliberalismo y los privilegios que otorga injustamente a unas castas indolentes. Precisamente el presidente que fue tumbado por Pinochet en el golpe de estado chileno, Salvador Allende, en su último discurso pronunció: “sigan sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor” Nuestra patria latinoamericana parece saber que le llegó la hora de recorrer esas grandes alamedas.
NOTA: Bien por la alcaldía municipal de Tuluá que reconoció públicamente el error de haber borrado bárbaramente el mural de memoria y dignidad campesina en pleno parque central, y de repararlo así sea mandándolo a hacer en otra parte, pero bajo la dirección del buen y sapiente James Moncada.