La venganza ha sido la madre de las guerras. La eterna tragedia colombiana, desde antes que llegaran los españoles hasta hoy, ha sido la utilización de la venganza como motor de nuestras vidas.
Hemos sido, somos y seguiremos siendo un país de vengadores aunque la mayoría de las veces hayamos terminado de perdedores. Por eso, tal vez, a muy pocos colombianos les espanta el bazar de venganzas en que se ha convertido el Oriente Medio durante las últimas semanas.
A la eterna batalla en territorio palestino, que viene desde cuando surgían fariseos en la Biblia o mercaderes en el Templo y no ha parado, se ha unido últimamente la infinita capacidad israelí en sus adelantos tecnológicos aplicados a la guerra y el nunca agotado chorro de dólares o rublos de que gozan los pueblos árabes que se les enfrentan.
Si miramos que desde el 7 de octubre estamos en una guerra atroz, que ha dejado miles de niños masacrados y otros miles huérfanos, y que se debió por la sed de venganza de los israelíes ante el miserable ataque de Hamás contra los kibutz, masacrando unas mil personas, entre ellas mujeres y niños, y secuestrando un poco más de 200.
Si a eso le agregamos la matazón la semana pasada de los niños drusos en los altos del Golán por la incesante batalla entre Hezbolá e Israel.
Y si le adornamos a esta imparable venganza no solo la respuesta del ejército judío destruyendo un barrio entero de Beirut, donde se escondía el líder de la masacre de los drusos, sino que le agregamos la precisión conque el Mossad encontró donde se escondía en Teherán el jefe máximo de Hamas, quien había asistido a la posesión del nuevo presidente de Irán y lo acribilló sin compasión.
Si a cada acto de guerra se espera siempre una retaliación que demuestra la capacidad digital judía para vengarse o que árabes y palestinos solo esperan poder vengarse en cualquier momento de los Israelíes, tenemos que acostumbramos a esa herramienta de vida o alistarnos para la III Guerra Mundial.