Toda dictadura es aberrante y más aún cuando cambia a la fuerza las costumbres milenarias y arraigadas de los pueblos, tal como acaba de suceder en el vecino país de Venezuela, en donde el gobierno traslada la conmemoración de la Navidad, muy propia de la Iglesia Católica, con el fin de ocultar minimizar la pérdida probada de las elecciones recientes significando así el altísimo grado de soberbia y de poder de quien no acepta perder.
Y hasta es lo normal, nadie quiere dejar sus apegos, mucho menos abandonar el poder político y sus consecuencias económicas, que hasta aviones particulares le son decomisados al mandatario autoritario empotrado en el sillón de mando absoluto.
Es una lástima que lentamente, a través de los años, se haya desvirtuado el sentido de la Navidad en el mismo mundo católico, una celebración netamente para los niños, vino el día de las brujas y siendo igualmente para niños, ahora se la tomaron los adultos; lo mismo ha sucedido con la Navidad, se la robaron los adultos, con sus reuniones de “amigo secreto”, bailes de disfraces y la magia de este tiempo desapareció.
Todo se sumergió en la sociedad de consumo, en donde se disfraza la pobreza con pequeñas fiestas engañosas y muy ruidosas a los niños.
No se puede engañar tan fácilmente el corazón de los hombres, relativizando la alegría propia de un tiempo milenario.
La Navidad no es lo que hasta ahora estamos haciendo. De nada vale la luz en las calles y avenidas, mientras el corazón permanece vacío, en tinieblas y sin sentido, porque se ha “matado” a Dios, dueño de la vida y de la historia.