El tema de la corrupción creció lentamente a través de los últimos años hasta llegar al punto que el propio Fondo Monetario Internacional exigió a Colombia que frenara esta situación porque comprobaban que los préstamos que hacía a cada gobierno no daban los resultados esperados.
Mientras tanto crecía en nuestro medio la desconfianza tanto en las instituciones de los sectores públicos como privados, mucho más en la política tradicional, en los candidatos a los cargos públicos.
Y llegó a niveles increíbles tal desconfianza, que todos los aspirantes basaron su discurso en torcer el cuello a la corrupción y las autoridades, hacían y hacen todos sus esfuerzos en recuperar esa desconfianza perdida.
Ha llegado tan alto, que la gente no cree en promesas de campaña, no obedece las normas legítimas y es tan desmesurada su mala imagen de las instituciones, que ahora vemos con asombro que las carreteras las cuidan los integrantes de la guerrilla, inauguran puentes y escuelas, cuando eso era exclusivo de la fuerza pública, de las autoridades legalmente constituidas.
La guerrilla se pasea por las calles de los pueblos como “Pedro por su casa”, aumentan su número y reclutan niños y niñas para sus huestes y ponen banderas en cualquier parte del territorio, lo estamos viendo en cualquier parte de las regiones del país.
La corrupción permea todos los rincones y lo que vemos en la investigación del caso de la Unidad Nacional de la Gestión de Riesgos, es escabroso, increíble e indignante. Parece que la corrupción hace parte de la canasta familiar y nos vamos acostumbrando, y es lo peor que nos puede pasar.