“Es preciso decir que ante la nube letal que avanza sobre el mundo, llena de saber, de poder, de tecnología, de productos, de publicidad, de espectáculos que inmovilizan al hombre y de arsenales atómicos incomprensibles, ante ese fastuoso y admirable poder que niega lo sagrado y saquea la naturaleza y todo lo profana, solo nos queda un poder que oponer, el último asilo de la esperanza: “el poder de lo divino que aguarda, en forma de sueños y leyendas, de amistad y de amor, de arte y de memoria, de perplejidad y de gratitud, en el corazón de los seres humanos, esa fuerza que no aparecerá jamás en ninguna estadística, que ello no parece existir ni contar ante los evidentes poderes del caos, pero que es lo que construyó las naciones, inventó los lenguajes, pulió los oficios y supo alzar en roda, bajo las significativas estrellas, lo único verdaderamente digno que ha brotado alguna vez de nuestros labios y de nuestras manos, el canto respetuoso de la gratitud y de la esperanza.”
Con el anterior párrafo, terminó en el año 1994 el libro de William Ospina titulado “Es tarde para el hombre” después de hacer un minucioso análisis del mundo contemporáneo y la pérdida de los valores heredados por nuestros padres en aras del progreso que también echó al traste con los sueños, la poesía del mundo y la capacidad de asombro.
Se perdió la sacralización del mundo, cuando por estos días recordamos el nacimiento de Jesucristo, cuando se unió el cielo con la tierra y el hombre recuperó la esperanza, que no es otra cosa que su capacidad de amar.
La humanidad está en crisis porque no puede amar, amar a la esposa, amar a los hijos, amar a sus semejantes y por el contrario nos estamos matando los unos a los otros, odiándonos hasta el crimen, no soportamos a los otros, no aceptamos la diferencia, y el miedo se apodera de los inocentes. Bajo la consigna del miedo infundado, gobiernan los poderosos, atropellan a los humildes y esclavizan a los sencillos.