La guerra, siempre es una disculpa, para castigar a un pueblo que no cumple los designios de su Dios, para conquistar un territorio y expandir los dominios de un poder imperial, para imponer una creencia o una ideología, para ejercer venganza sobre antiguos aliados. Pero, sobre todo, para ejercer un lucrativo negocio a costa del asesinato de millares de seres humanos.
Bástenos comparar lo afirmado en estas fechas por la senadora Paloma Valencia en su nuevo papel de orientadora ideológica del Centro Democrático, al defender los crímenes de Estado, acrecentados en Colombia en los 20 años de gobierno de su partido, cuando dice que es verdad que el Estado ha cometido masacres y actuaciones irregulares, pero en el uso de su legitimidad.
Es decir, que es valedero que el Estado se defienda criminalmente si protege su autenticidad. Y la respuesta del actual jefe de las disidencias de las Farc, el señor Iván Mordisco, que ante una actuación asesina de unos de sus frentes de combate, a la respuesta incriminatoria del gobierno, que además suspende el cese al fuego con ellos pactado, amenaza con convertir a Colombia en un baño de sangre.
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Desde posiciones ideológicas muy distantes, ambos defienden sus intereses particulares que no son otros que sostener por medio de la confrontación armada sus lucrativos negocios.
Pero unos y otros se amparan en la mentira y el engaño, ya que basan sus discursos en una aparente defensa de los provechos que tal hecho bélico depara al país.
Por su parte el gobierno asume el cumplimiento de su deber constitucional, como es el de defender a la población civil de los daños que le ocasiona una guerra que se ve obligada a padecer, y en consecuencia moviliza el aparato militar para enfrentar a los criminales, sin importar lo que los mismos dicen resguardar.
El país debe rodear la acción gubernamental que busca en últimas la paz que todos los ciudadanos sensatos anhelamos.