Y lo que desde hace más de 30 años se estaba esperando que se repitiera ocurrió. Un avión de entrenamiento de la Base Aérea Marco Fidel Suárez se precipitó en las calles de Cali y no ocasionó una catástrofe porque tanto el piloto como el cadete supieron maniobrar sobre un sardinel de la avenida antes de perder la vida dolorosamente.
Ha sido una batalla infructuosa de la que no he estado ajeno ni como alcalde de Tuluá en dos períodos ni como gobernador del Valle. Se ha tratado desde 1988 que la Base Aérea de Cali, rodeada por todos los barrios que la ahorcaron finalmente, fuese trasladada a otro sitio donde la comunidad y los pilotos y aeronaves corrieran menos peligros.
Pero siempre ha surgido una disculpa, un palancazo o una declarada inhabilidad legal para hacerlo. Como en Tuluá existe desde el año 40 un aeropuerto, el de Farfán, que ha pasado de ser una esperanza productiva que se usaba con frecuencia hasta llegar a convertirse en el encarte que todos los alcaldes tienen que lidiar, la primera opción para trastear la Base Aérea ha sido siempre el aeropuerto Farfán, que hasta el año pasado lo utilizaron los avioncitos de enseñanza de la FAC.
Cuando presenté la idea al Concejo Municipal hace 35 años, los concejales por x o y razones se opusieron. Les pareció que con la Escuela de Policía Simón Bolívar que funciona dentro del casco urbano, era suficiente y no había razón de tener una escuela de pilotos de la FAC.
Cuando fui gobernador del Valle insistí de nuevo y me salieron con el cuento que no se podía porque Farfán estaba en el área de aproximación del aeropuerto de Palmaseca. Y hace unos años, cuando traté el tema en una de mis columnas apareció el fantasma del señor Domínguez, que donó el terreno para la Base Marco Fidel Suárez con la condición expresa de que solo se usara para ese fin.
Ahora con el accidente de esta semana el tema está otra vez sobre la mesa y yo vuelvo a insistir con Farfán.