¡Todos en Colombia queremos erradicar la corrupción! Lo malo es que lo vemos como un tema aislado que solo le corresponde a los políticos y no a los ciudadanos, craso error.
Copiar en los exámenes, pasar el semáforo en rojo, colarse en una fila o no hacerla porque nos encontramos a un conocido, tomar y conducir, conducir y tomar, fingir algo para tener trato preferencial, transitar en contra vía o por un carril exclusivo, no pagar las obligaciones, deudas e impuestos, pedir prestado para no pagar, quedarse con lo prestado, obstaculizar el paso peatonal, quedarse con dinero de las devueltas o pagar mal, falsificar documentos, o el carné de vacunación, engañar a tu pareja etc.
Esas y tantas más, son acciones cotidianas que tratamos de minimizar y tendemos a justificarlas diciéndonos a nosotros mismos: “pero no lastimo a nadie”, o, “es que nadie se va a dar cuenta”.
Para que el país cambie, primero debemos cambiar cada uno al interior, propender por ser mejores, trabajar por la cultura ciudadana, transformar nuestra mentalidad, dejar la cultura de la trampa, del vivo vive del bobo. Dejar de normalizar esas actitudes que terminan relegando nuestra nación en un país subdesarrollado y tengamos toda la autoridad moral para exigir.
Estas líneas son sin ánimo de juzgar ni de criticar, solo obedecen a una reflexión personal que se apoderó de mí por estos días donde los colombianos debemos colocarnos la mano en el corazón, en la conciencia y ponernos en los zapatos de la Colombia olvidada, la que ha vivido al lado de la no riqueza.
La corrupción se ve en lo público, en lo privado y en cada ciudadano que decide hacer conejo con sus cosas, con sus vidas. No tenemos que posar de santos, con hacer las cosas bien, aunque no nos vean, basta. De eso se trata la integridad, para que hablemos de corrupción.