Dice Juan Gabriel Vásquez, autor de la novela “Los nombres de Feliza”, que la obsesión por publicar un texto sobre esta admirable escultora colombiana tuvo su inicio luego de leer un artículo de García Márquez publicado en El País de España, que dice: “La escultora colombiana Feliza Bursztyn, exiliada en Francia, se murió de tristeza a las 10:15 de la noche del pasado viernes 8 de enero, en un restaurante de París”.
La pregunta que Vásquez cuenta .se hizo fue ¿cómo se puede morir alguien de tristeza? Y en busca de una respuesta decidió indagar sobre la vida de la artista, para finalmente entregarnos esta novela que le hace justicia a ella y a su obra.
Feliza, nacida en un hogar de tradición judía, soportó la expulsión de dicha comunidad cuando resolvió separarse del padre de sus hijas para convivir con el poeta Jorge Gaitán Durán, hasta la muerte del fundador de la revistas “Mito”, ocurrida en un accidente de aviación en la isla de Guadalupe en 1962.
Pero, además, fue la primera persona que en Colombia se decidió a hacer arte escultural con materiales no artísticos, como la madera, el bronce o el vidrio, reemplazándolos por la chatarra o los desechos industriales, lo que produjo reacciones en su contra, una por ser mujer y la escultura se tenía como un oficio de hombres y otra por usar basura en su producción de objetos de arte.
Estas conductas de sensatez en un país de insensatos la fueron enfrentando a la mojigatería social de los círculos artísticos del país que no soportaban ni su inteligencia, ni si desparpajo, ni sus carcajadas, y que la tildaban de loca, lo que fue aprovechado por ella para reírse de sus contradictores al exclamar: “¡En un país de machistas, hágase la loca!”, como lo cuenta Maritza Uribe de Urdinola en un reportaje publicado en “Carrusel” en 1979, cuando Feliza exponía en La Tertulia.
“Los nombres de Feliza”, es una obra para ser leída y aplaudida.