A propósito del nuevo loco del vecindario, el candidato presidencial argentino Javier Milei, ha vuelto a hacer propaganda una pseudo corriente ideológica que se autodenomina “libertaria”. Niegan el liberalismo porque rechazan el Estado, y al anarquismo porque aborrecen la rebeldía y más si es por propugnar por la igualdad.
Se acercan a los neoliberales porque cada vez quieren menos Estado, pero ni los neoliberales acometen el disparate de proponer, por ejemplo, la eliminación de la banca central que es la que determina la inflación y las tasas de cambio en un país.
Para descifrar a los dichosos libertarios, que afortunadamente son pocos aún, habría que agarrar el espectro ideológico e irse hasta su extremo derecho y observar que: son negacionistas frente a la ciencia como en el tema de las vacunas, odian la diversidad social, étnica y hasta sexual, y como todo lo que les huela a Estado es malo, a aquel que los contradice le gritan comunista cuando no mamerto.
Realmente son personas básicas en un credo político también elemental, pero que vende en la sociedad del espectáculo y del consumismo que padecemos.
Milei, el Rodolfo Hernández joven de la Argentina, propone acabar impuestos, algo tan popular como irrealizable.
Promete acabar las relaciones con la principal potencia económica que es la China, porque según él no son decentes como los gringos. Y así, va desgranando un programa político que pondría a cualquier país del mundo al borde del precipicio, al estilo Bukele en su república centroamericana.
Hay que aceptar, eso sí, que su popularidad no solo se debe a la estridencia de sus propuestas sino también a un tedio de la gente del común con la clase política tradicional. Por esto hasta la derecha desconfía de esta extrema derecha.
El libertario en su simpleza rudimentaria cree que el mercado por sí solo lo puede todo, una versión vulgar del liberalismo económico de Adam Smith, pero lo adereza con la intolerancia y exclusión ruin del diferente y de lo distinto, por lo que se puede afirmar que estamos ante un fascismo 2.0, el peor enemigo de la democracia y sus instituciones, sea en su versión capitalista o en su versión socialista.
Este es el dilema actual de Argentina y que está viviendo El Salvador, por el que ya pasó Brasil con Bolsonaro, y por el que podría pasar Colombia con la estrafalaria Cabal si es que no seguimos profundizando en la democracia.