En estos días de zozobra por todo lo que implica el vacunarse contra el coronavirus y el rebrote con que la pandemia azota el orbe conocido, tuve la oportunidad de visitar las instalaciones del Hospital Departamental Tomás Uribe Uribe de Tuluá, precisamente con el objeto de lograr que se me aplicara la primera dosis del medicamento Sinovac, que es la vacuna de origen chino contra el mal que nos confina.
Y, ¡oh sorpresa!, me encontré con unas instalaciones renovadas, de un sencillo pero limpio y agradable enlucimiento y con un personal de profesionales y auxiliares amables y diligentes en el resolver a los pacientes las diversas etapas y papeleos que la imposición de la vacuna requiere.
Advierto que no conozco a quien hace las veces de director o directora del hospital, pero me parece que lo bueno de la ciudad y especial-mente si hablamos de una entidad pública hay que resaltarlo, cuando la verdad, es que son pocas las circunstancias amables que nuestro sistema de salud permite descollar.
Quedé pues con la mejor impresión de una casa de salud que es patrimonio de la ciudad y servicio indispensable para todo el centro y el norte del Valle del Cauca, y debe ser motivo de celebración para los tulueños el que podamos sentirnos orgullosos de ella.
No suele ser muy común el que uno quiera volver a que lo chuzen el día indicado para la postura de la segunda dosis, máxime cuando existe una perversa idea que tergiversa la labor del personal sanitario, convirtiendo su abnegado trabajo en la primera línea de combate contra el bicho, en un señalamiento en ser la causa de la propagación del mismo, por lo que quiero comunicar públicamente que para mí será un gusto el repetir tan grata experiencia.