Como suele suceder en nuestras existencias, el advenimiento de los 30 trae cambios producto del barajamiento de lo que se ha vivido, y ahora que nuestra Constitución Política llega a su tercera década vale, metafóricamente, hacerle un balance. Así lo ha hecho la academia y varios medios de comunicación, y la idea que queda es que a pesar de haber sido maltratada con más de su cuarta parte reformada, adicionada o mutilada, el texto que sobrevive a este intenso y convulsionado territorio es de factura aspiracionista y progresista, al que solo le falta ser aplicado ampliamente y no a cuenta gotas como ha sucedido. Si le sumamos el Acuerdo por una paz estable y duradera de 2016 confeccionado con ocasión del proceso de paz con las FARC, seguramente estaríamos ad portas del ingreso al primer mundo. Pero como es Colombia, o la “Polombia” del desastroso gobierno actual, aún la Carta Magna sigue siendo una promesa incumplida, atendiendo los indecentes niveles de desigualdad y miseria en que vive más de la mitad de la población colombiana provocados por las élites que siempre han gobernado la nación (repetimos, nunca un candidato alternativo al establecimiento ha tenido su periodo presidencial). La carta de derechos del texto constitucional es generosa, se crearon instrumentos para materializarlos, pero en la arquitectura del Estado estipulada se perpetuó el presidencialismo que anula las más de las veces el balance de los poderes públicos, y se dejó la impronta neoliberal que ya nos había invadido para 1990 por lo que su régimen económico quedó a merced del interés corporativo. Los gobiernos posteriores supieron interpretar el aparato y adaptaron fácilmente sus intenciones a este dogma del capitalismo financiero, empezando por Gaviria Trujillo y su “apertura”. La pregunta del millón en este momento es si se le apuesta a la profundización de los cimientos constitucionales del 91 y se le vuelve un texto vivo, o se gestiona un cambio más social e inclusivo de Constitución vía asamblea constituyente aprovechando que millones abrieron los ojos gracias al reciente estallido social, como pasó en Chile. En ambos escenarios, el segundo riesgoso por la evidente derechización de una parte del país, será necesario librarse del lastre uribista que ha detentado el ejecutivo en lo que va de este siglo.