Como consecuencia de la subsistencia del sentimiento patriótico que en el fondo guardamos todos los colombianos.
Como corolario del ramalazo que nos hizo emocionar hasta las lágrimas cuando los miles de compatriotas de la diáspora en Norteamérica acudieron al estadio de Houston a cantar a pleno pulmón el himno nacional antes del partido de la Copa América.
Pero sobre todo porque la razón se impone por encima de las tentaciones dictatoriales y del prurito del leninismo que aflora a cada rato en las actuaciones del gobernante, el nuevo ministro del Interior, Juan Fernando Cristo habló con sensatez y verdadero sentido patriótico al aceptar el nombramiento que le hizo el presidente Petro. Más aún, fue enfático para llenarnos de esperanza.
Dijo que para poder convocar una Constituyente debe lograrse primero un acuerdo nacional que aglutine distintos estamentos y representatividades y, en especial, que todo el proceso se haga de acuerdo a como la Constitución vigente lo establece.
Al hacerlo acalló las voces que desde la Casa de Nariño y desde los cenáculos gobiernistas aupaban al presidente a convocarla de manera igual a como hizo Lenin con los soviets para fundar la unión de las repúblicas socialistas soviéticas.
Ayer no más el amigo ambientalista Hildebrando Vélez nos enviaba un trino a quienes le leemos provocando una Constituyente desde abajo, instaurando una asamblea popular. Se volvió a equivocar el papá de la exministra Irene, hoy cónsul en Londres.
A una Constituyente debe llegarse luego de oír todas las voces, pero sobre todo dentro del marco de las normas constitucionales establecidas para el efecto. Colombia no está, a estas horas de la vida, para reunir a 500 indígenas alicorados o a unas supuestas asambleas populares en Puerto Rellena para aprobar a los gritos el nuevo orden constitucional. Ha llegado entonces el momento de provocar sin egoísmos un acuerdo sobre las diferencias.
Aportemos nuestro granito de arena.