Es hasta paradójico, que hace pocos años, cada vez que se discutía el salario mínimo entre el gobierno, empresarios y los sindicatos, se formaba un verdadero conflicto de intereses y el país permanecía expectante, porque era para todos una gran noticia y los asalariados hacían cuentas para el próximo año en relación con el costo de vida.
Paulatinamente ha desaparecido esa expectativa porque todos han llegado a la conclusión que la suma aprobada en forma tripartita, no sirve para nada, si por otra parte los precios suben y suben, sin control de ninguna clase, y la avalancha de publicidad a través de los medios de comunicación concitan a la población a endeudarse más de lo que pueden y al final el tal aumento queda en manos de los más avispados, menos de los que más lo necesitan.
Los colombianos, en su mayoría, tienen la manía de comprar de todo cuanto se le antoja, cuando tiene un poco más del acostumbrado recurso económico, tal como ocurre con las primas recibidas a mitad y fin de año, y no saben medir las consecuencias, ni mucho menos piensan en épocas de crisis como la actual, en donde la inflación galopante golpea al mundo económico, en donde no hay control de precios, donde la ley del mercado pone las condiciones de la productividad, sumado a lo anterior los vientos de guerra, que soplan con fuerza en el ámbito mundial.
Nunca será suficiente el salario mínimo, sin una firme vigilancia de los precios al consumidor, sin una nueva cultura de consumo, mediante el cual la gente, toda la gente, se limite a comprar lo estrictamente necesario para llevar una vida digna, pero en nuestro entorno vemos con preocupación el engaño publicitario, de “lleve ahora y pague después”, que convierten al consumidor en un adicto a las compras y más grave aún, cuando adquiere toda una amalgama de tarjetas de crédito, que lo asfixiarán tarde que temprano y ahí viene la de “Troya”.
Si está subiendo paulatinamente la gasolina, si suben los precios de los medicamentos en forma descarada, si suben los peajes y por supuesto el transporte, como también la mayoría de los productos alimenticios, no hay plata que aguante. Aquí lo que debería ser una prioridad, es aumentar el poder adquisitivo del dinero, de lo contrario seguiremos los mismos con las mismas, con un empleo informal del 52% que es escandaloso, no se solucionarán los principales problemas del país, por el contrario se agravarán, por más anuncios promeseros que llegan desde las altas esferas del gobierno.
Ojalá, se iniciara por lo menos, un estricto control de precios, pesas y medidas, en los municipios, que se otorguen instrumentos jurídicos fuertes, a los alcaldes, para aliviar el abuso, que se fortalezcan esas Secretarías de Gobierno, a fin de frenar con firmeza la especulación y el acaparamiento, es necesario instruir integralmente a los funcionarios públicos, para la defensa del consumidor. Aquí lo único que vemos en un monito que ofrece anuncios en televisión que nunca se cumplen, dan ganas de llorar la ausencia de autoridad en los establecimientos de comercio.