Ante los últimos acontecimientos acaecidos en el corazón del Valle, los saqueos el 25 de mayo pasado, la quema del Palacio de Justicia, las muertes recientes donde la sevicia y el odio son el común denominador, cabría preguntarnos ¿qué pasa en la ciudad de Tuluá? ¿Qué nos está pasando como sociedad? ¿Será que definitivamente perdimos el rumbo de nuestra existencia? ¿En qué quedaron los valores primordiales como el respeto por la vida, por los bienes de los demás, por la institucionalidad de la nación?
La respuesta a todos estos interrogantes es una sola…perdimos la vida familiar en la cual los padres que tienen que ser los primeros educadores de sus hijos, han dejado esa responsabilidad en la escuela, en la sociedad o lo peor de todo en los grupos al margen de la ley que se aprovechan de los jóvenes para hacer de ellos unos bandidos sin un rumbo claro en su vida. Además, perdimos el rumbo de nuestra vida espiritual pues al alejarnos de Dios no solo perdemos el horizonte de nuestra vida, sino que vamos como barco a la deriva sin saber a qué puerto llegar. Pensamos que la libertad de culto establecida en la constitución es lo mismo que volvernos ateos, donde la imagen de un ser superior no tiene nada que ver con nuestras vidas.
La solución, entonces, está en nuestras manos. Retomemos la responsabilidad de educar a nuestros hijos en los auténticos valores de la honestidad, la vida, el perdón, la reconciliación, el amor al prójimo, el sentido de la responsabilidad y la obediencia a las normas establecidas y fortalecer cada día desde el hogar la vida espiritual que nos ayuda acercarnos a ese Jesús que entregó su vida por nosotros y que nos invita a ver en cada hombre que sufre su imagen divina.