Un sentimiento de intolerancia y odio recorre todos los rincones del país en una demostración clara de que aún no terminan las actitudes feroces, malintencionadas y dañinas de una campaña electoral que dejó hastiada a la mayoría de la población por esa lucha frontal en donde brillaron los epítetos insolentes e irrespetuosos y ocultaron los programas de verdad propuestos por los contendores.
Esta semana, el vandalismo atropelló inmisericordemente el mural de un ídolo deportivo que ha dado gloria reciente a la Nación por sus hazañas ciclísticas no solo en el territorio patrio sino a nivel internacional.
Se trata de Egan Bernal, que por el solo hecho de publicar su intención política, no puede ser aceptado pacíficamente por los contradictores del candidato de su preferencia, reflejando de inmediato que persiste el revanchismo, la venganza, el resentimiento y que pareciera inaceptable que está prohibido pensar de otra manera y disentir libremente, respetando las ideas de otras personas.
No podría el candidato vencedor esgrimir las armas de la paz y la convivencia si sus áulicos todavía guardan esos resquemores, esas violencias, esas bajas intenciones, de querer hacer daño a quienes no piensen igual, cuando está plenamente demostrado que todos somos distintos, diferentes y a nadie pueden medir con el mismo rasero.
Si es cierto que la reconciliación será una bandera importante y central del nuevo gobierno, no se puede aceptar de ninguna manera, esos actos vandálicos que destruyen, antes que construir, amenazan e intimidan, antes que llamar al pacto por la paz fundamentalmente necesaria para avanzar en un crecimiento y desarrollo económico sostenido y sustentable, durante los próximos años.
También es cierto que el miedo y la zozobra han disminuido en forma considerable y así debe ser para bien de los asociados, pues no podríamos continuar en una incertidumbre que no tiene fin y no tendría sentido que un nuevo gobierno en lugar de aplacar los ánimos, los encienda aún más, en el concierto nacional.
Es preciso pensar a profundidad, sobre los verdaderos cambios que necesita el país de manera urgente y no es destruyendo todo la historia, sino reconstruyendo el camino para llegar todos juntos a buen puerto, de tal manera que no se pierda la esperanza y los sueños de hoy y de las próximas generaciones no se queden en el aire y se los lleve la más mínima tormenta.