Estamos en una campaña electoral bastante significativa al comprobarse que la ambición del poder político puede mucho más que ponerse al servicio de la gente en su búsqueda por el bienestar social y económico y sucede con las aspiraciones a alcaldías, asambleas, gobernaciones, concejos y juntas administradoras locales.
Nunca son válidas razones de dificultades presupuestales, inseguridad territorial, incredulidad en los liderazgos, riesgos de la propia vida, para aspirar a los cargos públicos porque se sabe y conoce de los privilegios logrados por quienes ostentan cargos públicos y no son pocos quienes los aprovechan en su propio beneficio. De ejemplos está lleno el país e inclusive las cárceles donde pagan condena los que han abusado de esa oportunidad que les ha dado la democracia y sus gentes que todavía creen en que se puede vivir con dignidad, libertad y orden, soñando una y otra vez, en mejorar la calidad de vida con toda la responsabilidad que conlleva la convivencia pacífica.
Actualmente padecemos una ola de inseguridad impresionante, que alcanza niveles nunca antes vistos, en donde la sangre corre a bocanadas, por las montañas de la región y en las calles de la ciudad, sin que hasta el momento, se encuentre una respuesta adecuada ante la agresión que abruma a la sociedad.
De ahí la suma importancia que tiene la palabra, esa palabra que es pronunciada por todos los aspirantes a los cargos públicos, en las plazas, calles y visitas personales, esos argumentos que son utilizados para ganarse la opinión ciudadana, esas propuestas que indican el grado de conocimiento que se tiene de la región que se desea gobernar y especialmente la forma concreta de realizarlas.
Y hacemos énfasis en la necesidad de dejar de lado las mentiras, falacias e injurias que estamos comenzando a percibir entre los candidatos, porque esto no le hace bien ni a la gente ni mucho menos al sistema democrático vigente que nos rige. De igual manera es preocupante, la incitación a la confrontación, a las peleas de carácter personal, a buscar por todos los rincones, en dónde está la debilidad de los contendores, para lanzar improperios y deslegitimizar sus posiciones y argumentos. Todo cambiaría si todos nos ponemos la mano en el corazón y pensamos más en el servicio que en los privilegios, más en el bienestar social comunitario que en los beneficios políticos que traen los triunfos, e inclusive las derrotas.
Y decimos derrotas, cuando podemos apreciar a varios aspirantes a los puestos oficiales, llamados veteranos, que quieren gozar de una u otra forma las “mieles” del poder, porque si fuera tan peligroso y escasean los recursos oficiales, no se arriesgarían nuevamente a lanzarse a su búsqueda y que en varias ocasiones, se ha comprobado, el fracaso los conduce a situaciones desesperadas.
La Misión de Observación Electoral, ha alertado con certeza de los grandes riesgos que afrontan los aspirantes, cuando se sabe que los tentáculos de la corrupción no conoce barreras, que penetra todos los rincones del Estado y está pronta a meter sus garras para destruir lo mucho que se ha logrado a través de los tiempos. Es necesario y urgente que todo el que aspire a ocupar los cargos públicos, hable con la verdad, con responsabilidad, seriedad y honestidad, de lo contrario no se encontrará la paz tan anhelada.