El espectáculo de horror y sangre se repite diariamente por las pantallas del mundo entero.
Israel, siguiendo órdenes de Netanyahu, dispara cohetes, morteros y tanques contra escuelas repletas de refugiados, acribilla hospitales y edificios de apartamentos donde viven civiles, fundamentalmente mujeres.
Los niños asesinados, quedan con sus cabezas destrozadas y sus piececitos saliendo por la punta de las sábanas en donde sus padres acongojados los envuelven para cargarlos entre sus brazos por última vez.
Eso ayer, hoy y mañana serán crímenes de guerra. Pero como los ordena el monstruo de Netanyahu alegando que no le importa masacrar 80 civiles si dentro de ellos hay uno de los interminables cabecillas del grupo terrorista Hamás. Como ese cruel y despiadado primer ministro israelí está siendo proveído en sus armas por Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Alemania, nadie lo condena, los periódicos callan y las redes enmudecen.
Lleva un año cometiendo crímenes de guerra. No ha podido rescatar a los rehenes, ha fracasado, pero sigue masacrando mujeres y niños y civiles. No ha podido en un año limpiar la franja de Gaza y vive bellacamente corretean-do a familias enteras de norte a sur por entre medio de las ruinas, quienes con desespero buscan refugiarse en escuelas de la ONU, hospitales o comedores donde se reparte la comida.
Días después ordena bombardear tales refugios y matar más y más palestinos, más y más niños, más y más mujeres.
Los hace huir para dentro de la moralidad de una Torá que pareciera que permite todo por la venganza, saborearse ante las cortes penales internacionales repitiendo como lora sangrienta que antes de disparar sobre territorios enteros, les avisa para que salgan despavoridos a refugiarse en otros que horas después aplasta con sevicia.
Es un criminal de guerra aunque los ricos banqueros judíos de Wall Street obliguen a redes y periódicos a callar. Digámoslo al menos nosotros.