A raíz de mi comentario de hace unos dias sobre la urgente necesidad de reformar el esquema total de la educación en Colombia, y lo anticuado de la metodología que se continúa empleando, un ávido lector de cifras y de comparar los efectos de ellas en un país que las desecha, me ha hecho llegar lo que debería ser considerado como la radiografía de un pais que se desbarata no por el mal o controvertido gobernante de turno sino porque estructuralmente hemos dejado crecer las brechas que nos dividen.
Según esas cifras, en las últimas pruebas Saber 11 el puntaje de los alumnos rurales apenas alcanzó 233 puntos mientras que los urbanos llegaron cómodamente a 262. Desde 2014, que se realizan esas pruebas, este último resultado es el más abultado, pero nadie dijo nada, ni a los maestros les dio vergüenza ni a los alumnos les pareció justo protestar por el abandono en que se los tiene.
Este país se olvidó del campo y de quienes lo habitan. Preferimos importar el 70% de los alimentos que producirlos y, como tal, poco o nada les interesa a los citadinos las afugias o las cada vez más crecientes distancias que hay entre lo rural y lo urbano. Pero como esa brecha se mide fundamentalmente por el nivel educativo, las estadísticas abruman. De los 9 millones 800 mil matriculados en todo el territorio nacional, solo hay 2 millones 300 mil rurales.
Y de ellos solo 100 mil reciben educación en colegios o escuelas privadas. Pero el asunto es peor cuando se entiende que en el campo colombiano hay 35.865 sedes rurales y en las ciudades 17,674. Es decir, los alumnos y los profesores están tan des-perdigados por la geografía nacional, como mal dotados de aulas amables, adelantos técnicos y hasta pupitres.
Por supuesto en el campo no existe la educación pre escolar o apenas si alcanza a un mísero 4%. Es una brecha profunda. Obviamente creciente por ser mal atendida cuando no olvidada por todos, políticos, gobernantes, maestros y ciudadanos en general.