El valor histórico del acuerdo logrado entre el gobierno Petro y la Federación de Ganaderos de Colombia -FEDEGAN- representada por el señor Lafaurie, es de un valor histórico que irá creciendo si logra materializarse tal como se acordó.
Lograría saldar en parte la deuda histórica con el campesinado colombiano.
Pero si no se cumple, sería concebido como una nueva claudicación ante los intereses del latifundismo nacional, y una burla al gobierno alternativo. Son innegables y fundadas las críticas de un sector de la izquierda que advierte que posiblemente el Estado le termine comprando la tierra que despojaron o con la que lavan sus activos a ciertos paramilitares y narcotraficantes que siempre han sabido camuflarse como prestantes ganaderos y caballistas.
Por eso los detalles en la implementación de este acuerdo son de máximo cuidado, pero lo que es verdaderamente importante es que tres millones de hectáreas pasen a manos de campesinos víctimas del conflicto, lo que activaría el cumplimiento del punto 1 del Acuerdo de Paz sobre reforma rural integral mientras a la par se formalizan otras siete millones de hectáreas, de las cuales en menos de dos meses se han entregado títulos sobre 700 mil.
Si a esto se le suma la aprobación del Tratado de Escazú, es un buen inicio para la solución definitiva del problema del agro en Colombia, como sucedió en su momento en Corea del Sur.
A primera vista, y con la pasión encendida por el triunfo electoral, en ánimo justiciero ciertamente parece mejor echar mano de la legal y legitima extinción de dominio sobre estos predios, pero ante la amenaza nada falaz de activación y rearme de estos “empresarios”, que reciclaría un nuevo periodo de violencias por décadas, o por lo menos de pleitos jurídicos que durarían lo mismo, parece más sensata la compraventa con toda su complejidad.
Los ganaderos pierden también al renunciar a tierras fértiles por la amenaza de una alta tributación, y en este momento a ver reducido su espacio político por obra de que su discurso incendiario fascista (como el de la senadora Cabal, esposa de Lafaurie) queda en el aire.