En varias ocasiones he tratado de defender a los jóvenes ante las diversas situaciones que se viven hoy y he pedido a gritos que se haga algo por ellos para poderlos salvar de temas como la droga, la delincuencia, el alcohol, y demás vicios.
Sin embargo, no puedo negar que nuestros jóvenes de hoy hacen parte de una generación que bien podemos llamar GENERACION DE CRISTAL y se llaman así porque ante cualquier estímulo inmediatamente se quiebran por completo: no se les puede mirar, ni tocar, ni decir nada porque inmediatamente reaccionan de manera violenta.
Es una generación llena de contradicciones; por un lado, discuten y pelean por asuntos sin importancia, pero al margen de eso reciben mensajes denigrantes a través de la música, sobre todo el reggetón donde a las niñas las desnudan, las convierten en instrumentos de placer sexual y no dicen nada.
Es una generación que quiere todo regalado, que las cosas no les cueste ningún esfuerzo y la ley misma, en el caso de la educación, se ha encargado de que eso sea así.
En sus ambientes familiares no tienen ningún criterio de obediencia de normas y por lo tanto consideran que la sociedad les tiene que rendir pleitesía y someterse a sus caprichos y lloriqueos continuos, porque de lo contrario entonces dicen que la sociedad los maltrata, los discrimina y en fin arman tremendo escándalo. Prueba de ello, fueron los jóvenes de la primera línea quienes, con actos de auténtico vandalismo, porque eso no fue protesta social, acabaron con el patrimonio de los colombianos.
A esta generación hay que enseñarle y llevarlos a entender que la vida es dura, que se gana a punto de esfuerzo y de lucha diaria, que nada debe ser regalado y que, por el contrario, la mejor manera de mejorar la calidad de vida no es con lloriqueos, ni con alcahueterías, sino con valores tales como el estudio, la responsabilidad, la puntualidad, la honestidad, el trabajo. La sinceridad, la autoestima y fortalecer en ellos su vida espiritual.