Conocí a los hermanos César e Iván Álvarez, fundadores del grupo de títeres “La Libélula Dorada” desde el inicio de su actividad teatral, ya que su taller de creación y ensayos estaba situado en la casa familiar de Jairo Alemán, un amigo común.
Por ese entonces mi hija mayor, Mara Valentina, estaba niña y fue de las primeras en disfrutar de la magia que los libélulos comenzaban a esparcir por el mundo. Por ese mismo tiempo en Tuluá iniciaba labores la Casa de la Cultura, dirigida por Nelson Llanos, quien aceptó la propuesta de presentar el grupo en la ciudad con la obra “La Rebelión de los Títeres”.
Encuentro que se repetiría reiteradamente por invitación de diversas entidades de divulgación cultural del municipio tales como Comfamiliar, la Fundación Cultural Germán Cardona Cruz, la Feria de Tuluá, la misma Alcaldía Municipal y la Universidad Central del Valle, Uceva, que los invitó a abrir en 2017 el Festival de Teatro Universitario “Lino Mora”.
Pero la Libélula no solo es un espacio de formación en la fantasía para infantes y adolescentes y una revaloración de la misma para los adultos que buscan recuperar la libertad y la imaginación creadora por medio del teatro de muñecos, es además, un Centro Cultural que le ofrece al país desde su sede en Bogotá, múltiples actividades gracias al denodado empeño y al arduo trabajo de los hermanos Álvarez que hoy con el fallecimiento de César sufre un duro golpe que nos ha sumido a sus amigos y admiradores en una justificada tristeza.
Porque el mayor de los hermanos no solo era un habilidoso creador de los personajes que alimentan los sueños de sus espectadores, gracias a los cientos de muñecos que desde el papel mache, la espuma o la madera se asoman al trashumante espectáculo, fue básicamente, un gran ser humano que nos enseñó que la genialidad no riñe ni con el humor ni con la empatía con sus semejantes.