Mi experiencia en el sector público como coordinador y líder de comunicaciones estratégicas de la alcaldía de Tuluá me llevó a conocer de fondo el ejercicio de gobierno y debí construir en varias ocasiones informes sobre los indicadores de gestión de los mandatarios con base en las metas trazadas en los dichosos planes de desarrollo, metas que se van ajustando acorde con el momento, la necesidad y el querer del mandatario.
Esa labor cumplida también me permitió escuchar a los burgomaestres hablar de un territorio lleno de bondades, de logros remarcados en mayúsculas pero que a la vista de la ciudadanía resultaban pocos creíbles.
Por esa razón al escuchar el discurso del presidente Petro en la conmemoración de sus dos años de gobierno, me quedé pensando de qué nación hablaba el Jefe de Estado y por momentos me sentí en Alicia en el País de las Maravillas o en medio del realismo mágico de los libros de Gabo.
El Jefe de Estado por ejemplo abordó del tema de seguridad y lo centró en el mejoramiento económico de las tropas y se alejó por completo de la radiografía real del conflicto armado que hoy desestabiliza las regiones con el regreso de un conflicto que los amenaza no por el enfrentamiento de paras y guerrilla, sino de dos facciones insurgentes en quienes no caló la idea de vivir en paz.
Obvio que no soy iluso ni pretencioso en creer que en dos años el gobierno de El Cambio iba a transformar el país un 100%, pero sí esperaba que el estilo fuese diferente, que los funcionarios en todos los rangos fueran probos, decentes, honestos condiciones que hoy tristemente no veo y por el contrario cada semana se apaga un escándalo con otro más grande.
Como hombre de fe, oro para que el presidente Petro pueda recomponer el camino y en dos años estabilice el país en todos los sentidos, pero para hacerlo tendrá que bajarse de la nube en el que lo treparon y darse cuenta que él no es una nueva versión del Mesías y si abandona la soberbia y se dedica a gobernar.