Estoy ingratamente sorprendido por la reacción en cadena y el matoneo incesante que han sufrido la cantante de música urbana karol G y el defensor central Yerry Mina, víctimas del canibalismo patrio que hace rato pasó a ser el deporte nacional, pues somos felices acabándonos unos con otros desde esas trincheras de la maldad en que se han convertido las rede sociales.
A la cantante colombiana, que por estos días se dio el lujo de llenar en cuatro ocasiones el Santiago Bernabéu, el mismísimo templo sagrado del Real Madrid, la molieron a palo por la vestimenta casual y deportiva que lució para cantar el himno nacional en la final de la Copa América, comentarios llenos de toxicidad y que en buena parte fueron promovidos por mujeres en una muestra de insolidaridad total.
Por su parte, el defensa central de Guachené, Cauca, fue víctima de venenosos dardos lanzados, especialmente por personas afines con el partido de gobierno a quienes le enfureció que el jugador de la Selección Colombia visitara al expresidente Uribe en su finca del Ubérrimo y participara de una dinámica donde el exjefe de Estado lo rodea montando su caballo al tiempo que dice: “Yo tan recortado ni a caballo pude alcanzar a Yerry”.
Para muchos esta escena era una manifestación de racismo y quienes la criticaron publicaron todo tipo de mensajes y memes en términos ofensivos contra el deportista colombiano.
No cabe duda que esas posturas frente a los dos personajes del deporte y la farándula criolla son una prueba fehaciente de la sociedad en la que nos hemos convertido, donde la intolerancia y el irrespeto por las diferencias terminan llevándose a hombres y mujeres que con su talento hacen patria y ondean en lo más alto el tricolor nacional.
Y mientras ellos lo hacen, en su tierra un grupo, que por fortuna es pequeño, se desvive por seguir fomentando el discurso clasista y racista dividiéndonos entre ricos y pobres e intentando imponer su verdad a la fuerza.