“Yo vengo de un pueblo donde nacen muchos y se crían pocos” fue una frase que los de mi generación nos acostumbramos a escuchar en el Valle del Cauca y casi siempre la usaban personas nacidas en Trujillo como una manera de decir que ser originarios de esa región cafetera era sinónimo de peligro.
Y es que a decir verdad, las noticias que llegaban de esas tierras, en muchas ocasiones, no eran para nada buenas y no en vano tomó forma y vida el gran último mito urbano de esta región en don Leonardo Espinosa a quien le atribuían lo bueno y lo malo que pasaba en la población enclavada caprichosamente en la cordillera occidental.
Luego los 90 llegaron con noticias trágicas que hablaban de masacres, desapariciones forzadas y que sin duda tuvo como su punto más álgido la muerte atroz del padre Tiberio Fernández Mafla y su sobrina, en un hecho que aún duele recordar.
Pero gracias a la fe, a la resiliencia de los nativos en esta localidad vallecaucana, en las dos últimas décadas ese panorama ha cambiado y hoy Trujillo es una población próspera, pujante, transformada en su componente urbano y con la mira puesta en convertirse en la referencia turística del departamento.
Con una café exquisito, una oferta gastronómica variada, paisajes para recorrer y descubrir y una calidad humana que invita a quedarse.
Por eso me produjo alegría ver a los dirigentes políticos sentados en la misma mesa, a la clase dirigente del Valle del Cauca acompañando a los trujillenses en la celebración de su centenario.
Una fiesta que le correspondió liderar al alcalde Diego Guerrero, tan trujillense como el parque Santander y como se dice coloquialmente tiró la puerta por la ventana.
Salud y larga vida al pueblo trujillense, inhiesto y valiente, ejemplo de superación y templanza Jardín del Valle y como lo dijera alguna vez don Walter Tobar Lerma un “Remanso de Paz”.