La patria es en realidad la camiseta de la selección nacional, dijo Albert Camus, uno de los autores que con gran maestría combinó el arte de escribir con su pasión por el deporte rey y quien dejó un sinnúmero de reflexiones balompédicas que nunca han perdido su vigencia. Hoy cito al escritor argelino/ francés para dedicarle estas líneas a un deporte que también me hace vibrar, con el que he reído pero también llorado por emoción o profunda tristeza. Este deporte de las multitudes vive por estas calendas días aciagos y prueba de ello es que una vez más nos quedamos por fuera de la cita mundialista y nos tocará hinchar por otros, pues la Selección Colombia, que tenía todo nominalmente para ir a Qatar, se quedó en casa, producto de una pésima campaña deportiva y a los yerros de una clase dirigente que hace rato tiene el Cristo de espaldas. Pero lo que pasó con el combinado patrio es el fiel reflejo de lo que sucede con nuestro fútbol doméstico que se llenó de equipos de muy bajo perfil y donde los llamados “grandes” se quedaron por fuera de las competencias en el continente.
La caída estrepitosa del Deportes Tolima ante Fluminense 7×1 esta semana, la eliminación del Deportivo Cali ante el Melgar de Arequipa de la Copa Libertadores y Suramericana respectivamente, son una prueba fehaciente del bajo nivel de este deporte en Colombia donde hace rato estamos fuera de lugar y a años luz de los brasileños, argentinos e incluso de los propios ecuatorianos que hoy nos miran por encima del hombro.
El fútbol en buena medida es el reflejo del país y se ha permeado por la crisis dirigencial de otros estamentos, nuestros ídolos y o referentes son flor de un día y aparecen como estrellas fulgurantes para luego desvanecerse en medio de la nada y envueltos en escándalos, incluso oprobiosos como los protagonizados por Sebastián Villa en la Argentina.
El fútbol colombiano, como otras tantas instituciones del país, requiere de una reingeniería urgente o de lo contrario seguiremos siendo el hazmerreír del continente.
