Hay una frase del cineasta Hayao Miyazaki: Nuestras vidas son como el viento, o como el sonido. Nacemos, resonamos los unos con los otros, luego nos desvanecemos; me destruye y consuela leerla, porque en ella se encierra el sin sentido y el propósito de la vida: sí, aquí vinimos a caminar hacia la muerte, pero en ese tránsito entre una nada y otra nada que es en últimas la vida, están los encuentros; y esto es el cine, un encuentro, la confrontación placentera o incómoda de mundos diferentes que se necesitan mutuamente, por eso el cine suple una necesidad existencial: construir con otros el sentido de este breve tránsito entre dos nadas.
En una llamada, un amigo guitarrista me preguntó con desconsuelo: ¿De qué sirvo yo si en Palestina mueren los niños? ¿Qué puede hacer una película frente a la destrucción? Mi amigo y las películas que se alinean con las problemáticas de cada época acompañan el sin sentido, consuelan y cocrean infinitos modos de resistencia.
Cuando sucedió el terremoto de Japón en el 2011, Miyazaki estaba dibujando El viento se levanta; dicha tragedia, asistir a los lugares devastados que le recordaron lo que vivió en la Guerra del Pacífico cuando era niño, y acompañar a las personas afectadas, lo llevaron a preguntarle a su equipo: ¿Qué película haremos entonces? ¿Haremos cine fantástico otra vez? No creo que eso sea suficiente.
El viento se levanta es sobre el viento de una nueva era que sopla fuerte, es sobre tratar de vivir en ese momento difícil.
Debemos mostrar nuestra respuesta a los cambios de esta era.
Por eso, querido amigo, necesitamos que vos sigas creando música sin dejar de mirar con compasión el universo que te rodea; por eso, es indispensable que existan humanos como Hayao Miyazaki, para ayudarnos a construir el sentido de este breve tránsito entre dos nadas. Miyazaki lo dijo mejor: Hay que estar decidido a cambiar el mundo con tu película. Aunque nada cambie.
Eso significa ser cineasta.