En las calles ocurren diariamente muchísimas cosas, existe una lucha sin cuartel donde impera la ley del más fuerte y se materializa la injusticia y la miseria en forma dramática.
Esta semana me detuve ante una pareja de ancianos, me llamó la atención, porque protagonizaba una pelea callejera pero con un vocabulario muy fino. Estaban alterados pero pensé que no debía dejar pasar el momento para preguntarles algo de sus vidas.
Carlos y Laura, así dicen llamarse, permanecen sentados por mucho tiempo en el parque Boyacá, quizás recordando la época en la que él fue empleado de gobierno. El ancianito vive escribiendo todos los días, cuidando y regañando a su esposa porque le coquetea a los hombres, a pesar de ser ciega y sorda.
Carlos y Laura fueron en una época una pareja feliz, con un futuro prometedor.
Él era un empleado pulcro y honrado que soñaba con ser escritor, ella una ama de casa, eficiente y cariñosa. Pero, una mañana cuando Carlos iba para el trabajo, un auto lo arrolló causándole una grave lesión en la columna. Fue hospitalizado pero la lesión era demasiado grave y quedó lisiado para toda la vida.
Por esta razón se le destituyó de su empleo, sin agregársele ninguna pensión por invalidez. Carlos empezó a gastar todos sus ahorros para poder subsistir y recorrió todos sus apuntes logrando publicar varios libros, pero el producto de la venta nunca lo disfrutó, porque un señor los tomó, los puso en una librería y no sabe si los vendió o no.
Pero la historia de los ancianos no termina allí, puesto que por carecer de un empleo debido a su invalidez, Carlos se atrasó en el pago del impuesto predial de su casita entonces el municipio -su antiguo patrón- le remató el inmueble arrojándolo a la calle. “Es que uno es como la mierda señora, cuando ya no se necesita, el cuerpo la bota y se abandona para siempre”, dijo amargamente el anciano escritor.
Ahí quedaron Carlos y Laura llevando su paquete de recuerdos, soportando la miseria y el abandono después de entregar sus mejores años al “monstruo más insensible y frío de todos los monstruos” y esto es sólo un pequeñísimo episodio de la aterradora novela que se vive diariamente en las calles de nuestra ciudad.