En algunas columnas anteriores me referí a la necesidad de imple-mentar acciones tendientes a detener el calentamiento global.
En esta oportunidad, motivado por los incendios que están arrasando cientos de hectáreas de bosques en varias regiones del país y por el llamado urgente que hace la ONU para poner en práctica medidas como eliminar plásticos de un solo uso, portar bolsas reutilizables para hacer compras, evitar parrillas porque el carbón es madera de árboles cortados, entre otras, he decidido de nuevo abordar este tema, que merece un tratamiento especial e inmediato.
Por ejemplo, talar bosques para explotar madera, equivale a eliminar los agentes que absorben el gas carbónico, causante del mencionado calentamiento. Sustancias como el mercurio, que se vierten en fuentes hídricas en los trabajos de minería y los gases que despiden los automotores no se pueden ignorar en este relato.
Un alto funcionario del gobierno dijo que parece que la gente no fuera consciente de la gravedad de este asunto y podría estar en lo correcto porque diferentes entidades vienen hablando de la necesidad de salvar el planeta desde hace varios años, pero el problema continúa y por los sucesos recientes, se puede decir que se intensifica.
Algunos expertos culpan al gobierno porque no ha tomado las previsiones del caso, afirmación que sustentan con el precario presupuesto asignado a los bomberos o al mantenimiento de los aviones oficiales destinados para sofocar incendios.
Si bien al gobierno le puede caber algo de culpa por lo anotado y por la falta de protección de los bosques, también las fábricas tienen que ver en este escenario. Se podría decir que el afán de éstas por generar riqueza tiene consecuencias nefastas, puesto que si las cosas siguen como están no habrá espacio para el disfrute de las fortunas.
Melich advierte que vivimos en un planeta que no hemos construido, por tanto, no nos pertenece. Somos simples inquilinos del mismo. Entonces, tratar de apoderarse de él es una falacia, que si no se revierte arruinaría la vida de las futuras generaciones, que recibirían un planeta acabado, de cuyo estado no serán responsables, pero si tendrían que afrontar el peso de un daño insalvable.