Llegué a El Tabloide en julio de 1985. Hace, pues, 40 años. Un tiempazo. Uno, yo, es otro. Más templado, más curtido, más antiguo. Y próximo a la muerte. Los seres humanos somos así. Tiernos, frágiles, delicados. Y fugaces. Y perversos.
Uno no es más que un bombón que se derrite dentro de la boca de una mujer. El tiempo es un relámpago que te alumbra el camino hacia la muerte.
Me gustó Tuluá. Me agradó El Tabloide. Había trabajado en El País, Occidente y El Pueblo. Me agradaron los propietarios de ese semanario que ya tenía éxito en el centro del Valle: José Espejo y su esposa, Nilsa.
Era una nueva aventura. Todo, en la vida, es una aventura. Me agradó esa aventura. Fue maravillosa. El tesón de José y el cerebro de doña Nilsa le dieron poder a ese semanario que salía los sábados con un ímpetu que sorprendía a todos.
Tuluá es una mezcla de vallecaucanos y de paisas. La ciudad era pequeña pero movida. El comercio asomaba por todas partes. Sus veredas y corregimientos siguen siendo ricos en agricultura y leche. Sus mujeres son hermosas. Tanto que una de ellas casi me ahorca al enredarme sus cabellos en mi garganta.
Recuerdo gente buena como Fernando Pinzón, que organizó la parte informativa. Recuerdo a Julio Morales, a Julio Díaz, a Olga, a Sarita, a William Loaiza. Y a otros, que se me van de la memoria. Todos empujaban ese trencito de vapor que se llenaba de más vapor cada semana.
Uno podía decir que todos, en el centro del Valle, esperaban a El Tabloide como si llegara un obispo. O una reina de belleza. O un senador, de los buenos, de los que no esculcan el erario.
Era, y sigue siendo, el semanario regional más importante del país. Tanto que una vez el diario El Tiempo se interesó en comprarlo.
Casi dos años estuve en ese barco que navegaba por buenas aguas. Hasta que partí hacia la capital del país a nuevos destinos. Y estando allí una noche, cuando me alistaba a viajar a Pereira a asumir como editor del Eje Cafetero, del diario El Tiempo, pasó algo terrible.
Me enteré de la muerte de José, el fundador de esa hermosa aventura que es el crear una empresa periodística. Pero la bandera la recogió doña Nilsa, que sigue siendo el cerebro financiero de esa organización. Ella modernizó el semanario, que hoy responde a los nuevos desafíos de la tecnología.
Cincuenta años son una vida. Me siento encantado de haber construido nuevos recuerdos en esa bella ciudad y de haber sido parte de esa familia del periodismo regional.
Felicidades a doña Nilsa, a sus hijos y nietas, y a todo ese personal que sigue dándole vida a un medio al que todavía extrañamos mucho.