En muchos hogares urbanos, donde se hace mercado en tiendas chicas o super grandes, se siente un alivio por el descenso de los precios en buena parte de los productos de la cocina, porque casi todos los importamos con dólares.
El hecho de que el verde haya bajado de 5.200 a 4.000, de alguna manera se refleja en la canasta familiar. Las razones del precio del dólar se atribuyen de acuerdo a como se quiera mirar, pero los que saben del asunto coinciden en que el dólar ha perdido peso específico porque los gringos, para poder subsanar su eterna y siempre crecida deuda, emitieron tantos billetes que auto rebajaron la capacidad de su moneda.
Pero, cualquiera que sea la causa, las consecuencias las pagamos los habitantes de países que dependemos del billete americano para fijar precios y cerrar transacciones. Y en Colombia la pagan directamente dos millones y medio de campesinos que cultivan café en 560 mil fincas y multiplican por el valor del dólar el precio de su arroba del grano, que venden al menudeo.
A ellos, en el mejor de los casos, les están pagando con el dólar al precio que anda en $125.000 por arroba. Cultivarla y cosecharla no sale por menos de $135.000, es decir, que están vendiendo a pérdida y comen porque le revuelven algunas matas de maíz, frijol o plátano. Si la Federación de Cafeteros tuviera relación válida con el gobierno, estarían gestionando un sobreprecio a través de la institucionalidad cafetera y con cargo al presupuesto de la nación, pagando por adelantado o con crédito sobre la mil millonada del impuesto parafiscal que constituye el Fondo Nacional del Café.
Pero como en la Federación hay alguien incómodo para el gobierno y la burocracia de sus entrañas solo oye a un tal Piragua que manda más que el gerente, no hay quién convenza a Petro ni a los cafeteros de que o se sientan a bajarse sus penachos o verán ahorcar a dos millones y medio de colombianos.