Muchas regiones del mundo afrontan conflictos de diferente índole. Entre los países en contienda se pueden mencionar: Siria, Libia, Israel, Palestina, Nicaragua, Venezuela … Esta problemática obstaculiza una convivencia pacífica e impide el desarrollo de dichos pueblos.
A esto se debe agregar el dolor que genera la pérdida de la vida de seres humanos, muchos de ellos inocentes.
Autores como Morin dicen que en muchos casos los individuos creen que ellos tienen la razón, por tanto, no aceptan argumentos de terceros, fenómeno que él denomina cegueras mentales. Conforme a Thompson, las personas con poder creen que su acceso a bienes materiales es perpetuo.
Se podrían citar otros autores, pero buena parte de los conflictos se pueden generar por los aspectos indicados. Varias organizaciones y países han servido de mediadores en zonas de disputa, pero sus gestiones no se han materializado a plenitud.
Ante esto, conviene buscar otros caminos. Sería recomendable reconsiderar el rol del lenguaje, entendido este no solo como un potente medio de comunicación, sino también como un sistema que ofrece elementos para comprender la relación de los sujetos con el mundo.
En esta dimensión, se debe trabajar en establecer una clara demarcación entre las pretensiones de validez de los interlocutores, la metodología del discurso, los prejuicios sobre quienes emiten dichas pretensiones… Esta escisión ha de permitir llegar a la esencia de un asunto para lograr pactos duraderos. Por otra parte, se debe trabajar en una sensibilización afectiva.
Como anota Mélich, estamos de paso en un mundo que no hemos construido y que no nos pertenece; se trata de una estadía fugaz que deberíamos vivir a plenitud en lugar de macharla con sangre y con dolor.
En todo caso, el propósito de estas líneas no es establecer categorías de víctimas ni victimarios, sino de replantear el sentido de la existencia y de la vida humana.