Esa frase cala perfectamente en Flor Marina Pinilla Avendaño, una mujer que, a sus 69 años, desafía a las personas jóvenes siendo hoy catalogada como la patinadora más longeva de Colombia.
La protagonista de esa historia nació en Bogotá pero su alma aventurera la llevó a diferentes regiones del país, especialmente a los Llanos Orientales, donde laboró con varias comunidades indígenas ejerciendo su profesión de auxiliar en enfermería, trabajo que, según dice, escogió porque le encanta servir a la gente.
Deportista por naturaleza
Fue en su estadía por la región llanera donde descubrió su pasión por el deporte y se convirtió en la primer mujer ciclista en el Casanare, actividad que combinaba con algo de atletismo, voleibol, baloncesto y hasta fútbol en la época en que el deporte de multitudes era casi un tabú entre las mujeres.
“Siempre me ha gustado el deporte y lo hago por salud, por vida y a mi edad para sentirme feliz”, comenta esta mujer, madre de dos hijos, con tres nietos y quien se alista para recibir su primer bisnieto.
De los Llanos a Buga
“Ya me sentía cansada en los Llanos y cuando mi hija terminó el bachillerato yo tenía alguien acá en Buga y le dije nos vamos para allá, pero ella no se amañó, se regresó, y yo me quedé con mi hijo y de eso hace ya 30 años”, relata la mujer que emana vitalidad en cada palabra que pronuncia.
A la Ciudad Señora de Colombia llegó a laborar en el Hospital de San José y Clínica Nuestra Señora del Carmen de los Seguros Sociales ejerciendo como auxiliar de enfermería e instrumentadora quirúrgica, entidades en las que dejó huella por su calidad humana y don de servicio.
“Hoy por la gracia de Dios estoy jubilada y gozándome la vida”, dice la mujer que es todo un ejemplo para las actuales y futuras generaciones.
Rodando en patines
Aunque siempre ha sido deportista nunca había montado en patines y por esa razón para sus hijos Flor Mayerly y Marcelo Quintero fue una locura cuando hace cinco años les dijo que iba a patinar.
“Yo pasaba por acá y un día vi al profesor Héctor Fabio enseñándole a una niña y le lancé la pregunta: ¿Usted cree que pueda aprender a patinar? la respuesta fue un sí rotundo, le pedí las indicaciones, me compré los implementos y empecé al día siguiente”, comenta Flor Marina, quien asegura que hacer deporte es lo mejor, pues el espíritu se mantiene alegre y lleno de vida, y la vejez está en un papel, pues ella se siente como una niña de 20 años.
Superando los golpes
En los inicios, la práctica la hacía sobre pasto, siguiendo las instrucciones de Héctor Fabio Castaño Arango, director del Club Buga Sobre Ruedas, quien promueve el patinaje urbano y, al mes, ya hacía ruta yendo hasta Riofrío.
“He tenido mis accidentes, uno de ellos en San Andrés donde me estrellé contra un carro y me dañé la naríz, me la acomodé y seguí patinando” comenta la abuela patinadora que se roba los aplausos y admiración por donde pasa.
Pero no solamente es la nariz, también un día, mientras descendía por uno de los puentes, Flor Marina metió el patín en un hueco y se fracturó el tobillo. “Esa me dolió un poco más y estuve dos meses por fuera de las pistas dos meses, me recuperé y de nuevo volví a las prácticas”, comenta.
La meta es Valledupar
Por esto días la deportista bogotana pero bugueña de adopción, se alista para tomar parte de una travesía de 7 kilómetros en la que participará con un hombre de 75 años de edad que, junto a ella, se convierte en la pareja más lonjeva del país sobre patines.
“Allá estaremos dando lo mejor y dejando en alto el nombre de Buga y la región”, puntualizó.