Es común ver a El Caleño en las afueras de un colegio, en el estadio, en el coliseo de ferias y por supuesto en la esquina de la calle 27 con carrera 26. Es muy apetedecido por los mangos, las grosellas y las guayabas-manzana que estratégicamente ubica en su carrito exhibidor.
Así empezó el negocio…
A Fermín se le prendió el bombillito emprendedor cuando estudiaba en la institución educativa José Antonio Galán.
Uno de esos días de estudio vio en la entrada de su colegio a un vendedor entregando cinco mamoncillos por cinco pesos y como necesitaba dinero, decidió comprarlos pero para revenderlos a sus compañeros.
Solo que el negocio era otro: tres por los mismos cinco pesos.
Pero esa manera de ganarse la vida se trató de un simple simulacro, la verdadera prueba le llegó a los 14 años de edad cuando se convirtió en papá.
“Tuve mucho susto en esa época, y aún recuerdo las palabras de mi mamá: coja su mochila, algo para cortar y mire a ver cómo va a responder por ese hijo”, expresa.
Y así fue, pero lo único que el popular Caleño encontró fue trabajar en el campo, cogió millo, soya, de todo lo que le resultara en las diferentes fincas de la región.
Cierto día y dos años después de estar realizando labores agrícolas en cercanías al Río Cauca, vio un palo bien cargado de mangos y le parecieron tan atractivos que empacó varios y se los llevó para su casa.
“Puse la mercancía en un platón y ahí en el andén del barrio Tomás Uribe, donde me crié, se vendieron todos, recuerdo que me gané en esa oportunidad cuatro pesos, lo suficiente para entender que el negocio era bueno, más en esa época que fue ganancia neta, porque los bajaba directamente del árbol.
El despegue
Luego de permanecer dos meses promocionando esta exquisita fruta en la puerta de su vivienda, entendió que debía salir a buscar nuevos clientes y sin dudarlo pensó en los estudiantes; por esa razón el sitio escogido para ubicarse fue la escuela María Inmaculada.
Desde ese entonces compra los mangos, porque la época del despegue ya había pasado y ahora había que trabajar como era debido.
“Siempre le agradezco al señor árbol por haberme permitido arrancar y avanzar en mi responsabilidad de ser padre”, enfatiza.
Decir en qué momento se convirtió en un vendedor insignia es difícil de determinar, pues su trayectoria es tan larga que es poco probable que alguien no lo haya visto en Tuluá.
Sinembargo el sitio que más recuerdos le dejó en sus inicios fue el colegio Nazareth, de donde egresaron varias alumnas que hoy todavía son sus clientas, pero que también le dejó un trago amargo.
Mal recuerdo
Pero así como algunos mangos salen verdes y otros se maduran, hay también los que se dañan.
Su estadía frente al colegio Nazareth se malogró y de qué manera.
Después de hacer parte durante 25 años de tantas generaciones nazarenas, cierto día llegó una rectora a la que le disgustó, sin razón alguna, la presencia del Caleño y sus mangos.
“Se paraba afuera del colegio para decirme que no podía seguir vendiéndole a las jovencitas y que buscara otro sitio donde ubicarme”, recuerda.
Y es tal vez en esa etapa de sus 41 años como vendedor de mango, donde pasó uno de los momentos más desagradables de su vida.
“Empezaron los rumores de que yo vendía cocaína camuflada en la sal, por eso varias veces, cuando transitaba en mi bicicleta por las calles, la Policía me detuvo y me requisó para ver qué tanta verdad tenían estas versiones y como era de esperarse nunca me encontraronn nada”, dice hoy con cierto aire de nostalgia.
El Caleño recuerda aquellos días con más dolor que pena, por cuanto esos rumores desagradables no eran justos con él ni su familia, gente que se rompía el lomo con azadón y donde le enseñaron a ganarse la comida con esfuerzo.
“Lo mío no era juntarme con traficantes y mucho menos venderle a los estudiantes droga”, enfatizó.
Partió del andén de las monjitas con grandes recuerdos y mucha gratitud, y sin mirar atrás pasó al Liceo Central del Valle y finalmente al centro de la ciudad, donde sigue ganándose la vida.
“Hoy es el mejor día”
Cuando le preguntan cuál es el mejor día de todos los que ha vivido, responde: “es hoy, porque gracias a Dios abrí los ojos”.
Y es que es claro al afirmar que la mayor lucha de los vendedores ambulantes es trabajar hoy para poder comer al día siguiente, porque están lejos de tener beneficios, ayuda estatal y así como se puede cumplir el objetivo, el regreso a casa en varias ocasiones es en ceros.
En algún momento tuvo casita propia y recuerda que fue en el gobierno de José Germán Gómez que le dieron un auxilio para hacerle varios arreglos, sinembargo y por razones adversas, la vivienda la perdió, por lo que sueña otra vez en ese día que no tenga que pagar arriendo.
Las ventas en tiempos de covid-19
A la gran cantidad de luchas que enfrenta cada día se le sumó una pandemia que prácticamente le prohibió saludar y vender sus productos en la calle.
Por ello le tocó reinventarse, como casi todo el mundo y desde su lugar de residencia del Barrio Maracaibo, sus hijas le ayudan con el trabajo en redes sociales, y ahora el mango o la guayaba manzana también lo despacha a domicilio.
Dice que de tantos años trabajar con esta fruta puede asegurar que es más fácil identificar una mala persona que un buen mango.
“Mi gran secreto está en no vender mango reposado, ni el sobrante del día anterior, la fruta recién picada es la garantía que durante tantos años me ha mantenido”, manifiesta.
Su momento de más fama dice que llegó en el año 2015, cuando lo llamaron para tomarle una foto y luego lo invitaron al lanzamiento de la Feria 60 de Tuluá.
“Llego al sitio y me entero que soy la imagen del afiche de esa versión, ese para mí fue un premio, no me dio plata pero sí el recononocimiento a toda una vida de trabajo y el olvidar falsas acusaciones del pasado”.