Pero lo hizo para poner en duda el resultado. El gobierno de otro líder relevante de la izquierda latinoamericana, el presidente de Brasil Lula da Silva, no los reconoció de inmediato y dijo que esperaría que el Centro Carter y paneles de expertos de la ONU analicen los resultados. Otro gobernante de izquierda, el presidente Gustavo Petro, bien entrado este lunes, no se había pronunciado.
Que la, para muchos, espuria victoria de Maduro remarque las diferencias que hay en la izquierda regional es muy diciente. Y también lo es que el presidente de Colombia guardara un silencio inicial al respecto.
El jefe de Estado debió sopesar muy bien sus palabras y su postura frente a la situación en Venezuela, país al que ha viajado en seis oportunidades en sus dos años de gobierno para visitar a quien considera su amigo, Nicolás Maduro. Y las razones para considerar bien lo que va a decir son varias y de mucho calado.
Por el Gobierno de Colombia el que se pronunció fue el canciller Luis Gilberto Murillo, que pidió que en Venezuela “se proceda con el conteo total de votos”, y que se “escuchen las voces de todos los sectores” para que haya transparencia en el resultado de las elecciones. Una postura, esperable de este funcionario, muy diplomática.
Habría que empezar por decir que la permanencia de Nicolás Maduro en el poder es como echarle agua al estanque que amenaza con secarse donde aún nadan a sus anchas regímenes como el de Cuba y Nicaragua. La oposición al proyecto de izquierda que gobierna a Colombia sostiene que el país en manos del presidente Petro va en curso de sumergirse allí también, aunque el mandatario no lo reconozca abiertamente. De hecho, aseguran que su idea de una asamblea constituyente es el primer paso para empezar a mojarse los pies.
En lo económico, y ante el riesgo de que el país se quede sin abastecimiento de gas natural dentro de dos años, tal como lo advirtió en días pasado la Asociación Colombiana de Gas Natural (Naturgas), para el presidente Petro es una buena noticia que Maduro siga en el poder porque así pueden continuar las negociaciones para traer ese combustible desde Venezuela. Eso, sin embargo, está condicionado a que Estados Unidos lo permita.
La normalización diplomática y fronteriza entre los dos países es un tema que favorece a Petro y a Maduro, en una etapa en la que avanza la estabilización de las relaciones. En medio de este tema está el grave problema de la migración, sobre todo de venezolanos hacia Colombia, un hecho que, prevén los especialistas, se verá disparado por la permanencia de Maduro en el poder.
Este aspecto también está relacionado con la seguridad en la frontera, el restablecimiento de los vuelos comerciales y las gestiones para el pago de la deuda con empresarios colombianos. Todo es determinante para la dinamización de buena parte de la economía colombiana que tanto le reclaman al presidente Petro.
Pero quizás uno de los asuntos en que Maduro le resulta más clave al presidente Petro es el de la paz. Grupos armados ilegales como el Eln y las disidencias de las Farc ‘Nueva Marquetalia’, que encabeza alias ‘Iván Márquez’, tienen bases en el vecino país y le hablan al oído a Maduro. Esa relación ha permitido que Venezuela, incluso desde cuando Hugo Chávez estaba vivo, se hubiera convertido en pieza clave de las negociaciones en Colombia.
Por todo esto, el presidente Petro se ve enfrentado a una encrucijada: se mueve entre rechazar, como lo han hecho otros líderes de la izquierda democrática en el continente, los dudosos resultados de las lecciones en Venezuela, y cuidar la relación con su amigo Maduro, clave para la ejecución de su Gobierno y para alcanzar la promesa de “paz total” en Colombia.